Al otro lado
Siempre estás ahí, al otro lado del río.
Aunque no siempre pueda verte, aunque a veces la niebla cubra tus pasos y el agua lleve reflejos que confunden mi mirada, lo sé.
Te siento como se siente el murmullo del viento en la piel, ese murmullo invisible, pero al mismo tiempo imposible de negar.
El río nos separa, pero también nos une, sus aguas llevan mis pensamientos hacia ti, y estoy convencido de que, de alguna manera, llegan a rozar tu orilla, tu alma.
Vas y vienes al son de la corriente, con ese rumor incesante que nunca se detiene.
A veces creo tenerte cerca, tan cerca que extiendo mi mano e imagino tocarte.
Y, en ese mismo instante, —de pronto— desapareces, y el vacío que dejas detrás de ti se vuelve insoportable.
Vas y vienes, apareces y desapareces, como las estrellas que se esconden tras las nubes y regresan con un fulgor más intenso si cabe.
Y cada reaparición tuya es un milagro que agradezco en silencio, un latido que me devuelve a la vida.
Al otro lado del río, imagino tu silueta; se mueve, ligera, como un suspiro encarnado.
Imagino cómo sería cruzar esa húmeda frontera para fundirme contigo en un instante que detenga nuestros mundos.
No importa si el agua está fría, si el trayecto es incierto, si el mundo entero se opone.
Porque solamente obedecemos a ese deseo que arde con la fuerza de lo irrenunciable, ven, acércate y abracémonos.
Tus brazos me envuelven y desvanecen cualquier distancia, todos los silencios, todos los miedos.
En tu abrazo no hay ríos, no hay ausencias, no hay despedidas, solamente la cálida certeza de que pertenezco a un lugar, y ese lugar eres tú.
Cuando el río ruge y se torna imposible cruzarlo, me consuelo pensando que también él es testigo de nuestros sentimientos.
Que sus aguas atesoran —en lo más profundo— nuestros secretos, que sus reflejos son mensajes que viajan de una orilla a la otra.
Me gusta imaginar que cuando tú piensas en mí, el río se serena un poco, como si quisiera facilitarnos un nuevo encuentro.
Hay momentos en que te pierdo de vista, en que desapareces entre sombras y dudas.
Pero siempre regresas.
Siempre.
Y en cada regreso descubro algo nuevo en ti, algo que me recuerda que la espera valió la pena, que el amor no entiende de barreras ni de tiempos.
Ven, cruza el río, o déjame cruzarlo yo.
No importa cómo, no importa quién dé el primer paso.
Lo que importa es encontrarnos, reconocernos, entregarnos.
Ven y abracémonos, porque la vida es demasiado corta para quedarnos en las orillas, demasiado frágil para desperdiciarla en ausencias.
Estás ahí, lo sé.
Y mientras el río siga fluyendo, seguiré llamándote con la esperanza de que un día, al fin, tus pasos se mezclen con los míos.
Solos tú, yo, y un abrazo que derrumbe todas las fronteras.