Cicatrices

Los recuerdos más amargos,

los que duelen hondo, sin razón ni tiempo,

se suavizan cuando, sin entenderlo,

se escapan en medio de un silencio.

Esos días grises, tan callados,

que en el pecho guardamos como un eco,

se transforman cuando son contados

a un amigo que los oye sin pretexto.

No cura, no borra, no resuelve,

pero escucha con el alma abierta,

y el dolor, que era todo y que envuelve,

de pronto se siente menos cerca.

Compartir no transforma lo vivido,

pero el peso que se reparte, pesa menos,

y el nudo que aprieta un corazón herido

se afloja entre suspiros y recuerdos.

Surge a veces una risa entre las lágrimas,

un suspiro que acaricia el pensamiento,

porque el alma se siente acompañada,

y el pasado, menos frío en su momento.

La amistad no borra cicatrices,

pero las besa con su comprensión,

y los días más oscuros, grises,

se tiñen de una nueva emoción.

Así, los recuerdos más amargos,

cuando se comparten, cambian su sabor.

No son dulces, pero ya no son tan largos.

Se vuelven agridulces… y portan amor.

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La voz del mar