El verso perfecto

Resuenan en mi triste corazón, estas palabras de Garcilaso, como un eco eterno, como un destino no elegido, sino que me elige a mí.

Porque yo no vine a este mundo sino para amarte, para entregarte cada uno de mis latidos, cada uno de mis suspiros, cada instante de mi existencia.

Nací con tu nombre grabado en mi alma, como si antes de alumbrar a este mundo, ya supiera que mi camino terminaría en tus brazos.

En aquel momento, –aquella primera vez en que te vi– pude comprender por qué el amor no es una simple elección, sino un irremediable descubrimiento.

El universo había ido tejiendo –pacientemente– aquellos hilos que al fin se pudieron encontrar y se anudaron en un lazo que creímos indestructible.

No fue casualidad, fue destino.

No fue encuentro, sino reencuentro.

Mi alma reconoció, aunque nunca antes nos hubiésemos visto, que tú eras su hogar.

Amarte nunca fue un acto de voluntad sino de entrega, era totalmente imposible pues eras aire, luz, melodía que calmaba mis tormentas.

El verso perfecto en el poema de mi vida.

La razón de cada amanecer.

Y en cada atardecer rememoro cada risa, cada mirada, cada gesto, como tesoros ocultos en lo más profundo de mi alma.

A tu lado el tiempo era eterno, tus manos refugio, tu voz melodía y tu amor fuerza.

Renaciendo mil veces, mil veces contemplaremos juntos las mismas estrellas, las mismas lunas, los mismos universos.

Hay amores incansables, que no se rinden, que no tienen fin.

Siguiente
Siguiente

La nevera