Aquella arruga
Imposible imaginar que aquel pliegue tan sutil en la superficie del tiempo conseguiría habitar con semejante fuerza mi corazón.
Resulta curioso la forma en que llegaste a mí, sin anuncio, silente, apenas esbozado, como si temieras importunar mi contemplación.
Cuando te descubrí comprendí que eras mucho más que una simple arruga, eras el testimonio vivo de una historia, un susurro del pasado posado suavemente sobre tu piel.
Cada momento en que mis dedos te rozan siento que acarician un antiguo secreto que al fin se declara.
Muchas risas consiguieron dibujarte y también algunas lágrimas, de esas que te susurraron promesas de consuelo, para luego dejarte ahí grabada en la comisura de tus labios.
Eres mudo testigo del paso del tiempo, es por ti que sé que la vida ha pasado y ha sido vivida, con intensidad, con su dulzura y sus dolores.
Muchos quieren borrarte, esconderte bajo promesas de eterna juventud.
Yo no, porque no quiero perderme la lectura de los capítulos más intensos de tu biografía.
Ahí donde se han escrito nuestras madrugadas de confidencias, las sinrazones de la alegría o las preocupaciones compartidas.
Eres la huella definitiva de la valentía de existir.
Cuando me sorprendo mirándote, –mientras ella duerme– me pregunto si eres consciente de tu hermosura.
Si llegas a comprender que eres como la arruga de esa carta releída una y otra vez.
Así eres tú –querida arruga– un mensaje valioso, un testimonio delicado de un alma que ha amado, ha reído y ha llorado.
Que ha sentido tanto y con tanta intensidad que ese lienzo –su piel– no pudo evitar transcribirlo.
Te escribo esta carta para que sepas que no temo tu inevitable presencia, más bien la celebro y deseo –anhelo– que sigan llegando otras como tú.
Y así, cada nueva arruga será una nueva historia que compartir, una nueva evidencia de que seguimos aquí, –entrelazados– navegando los tiempos.
Gracias, porque me recuerdas que la verdadera belleza no reside en la lisa perfección, sino en los sinceros surcos de la existencia.
Gracias por ser testigo y cómplice de todo aquello que somos y vivimos.