No estamos de acuerdo en nada, pero lo somos todo

Seguimos aquí, ¿cómo es posible?

Desnudos de razones pero repletos de… algo que ni siquiera sabemos nombrar.

Seguimos aquí, tú y yo, no compartimos ideas, no compartimos hábitos, nuestros mundos, nuestra percepción de ellos es diametralmente opuesta.


Podemos discutir por esa forma —maravillosa— que tienes de doblar una toalla, por el tono rutinario en que susurramos “buenos días”, por el modo en que el silencio se transforma en muro entre nosotros.

Pero al caer la noche, al acostarnos espalda contra espalda y alguna de nuestras manos —inevitablemente— encuentra la otra, entiendo que hay algo tremendamente profundo, algo que supera cualquier lógica, algo que no podemos entender pero que no podemos negar.


Resulta curioso, no estamos de acuerdo, y sin embargo me sabes.

Sabes muy bien en qué lugar guardo el miedo.

Sabes cuándo mi risa es defensa.

Sabes cuándo se acercan mis lágrimas.

Conoces el modo exacto en que tiembla mi voz cuando estoy por rendirme, y solamente tú, —sí, solamente tú— sabes qué palabra decir para que no lo haga.


Hay momentos en que me pregunto si lo nuestro es amor o algún tipo de locura compartida.

Después de rompernos a gritos, ¿quién puede entender que —en la madrugada— terminamos enredados, tu cabeza en mi pecho, mis dedos recorriendo tu nuca como si estuviéramos hechos el uno para el otro?

¿Cómo explicar que en medio de nuestra guerra constante encuentro la más profunda paz al mirar cómo duermes, cómo respiras dulcemente a mi lado?


Nunca me asaltó, nunca nos asaltó la idea de abandonar.

Algo en tu forma de existir que me arrastra y me abraza, incluso cuando no entiendo absolutamente nada.

Me tocas como si me conocieras desde siempre, incluso antes de mí mismo.

Y yo, aunque te lleve la contraria en cada una de nuestras conversaciones, escucho tu voz que me guía y aunque entre tus brazos no encuentro respuestas, descubro el silencio que mi alma necesita.


No hay acuerdos, no existen fórmulas mágicas, solamente intimidad desordenada, brutalmente honesta, en la que nos desnudamos más allá de nuestra propia piel.

Nos hemos visto —palpado— rotos, sucios, pequeños, pero aun así nos elegimos.

Incluso cuando no estamos de acuerdo, nos elegimos.

Aunque no compartamos la forma de ver la vida, nos elegimos.

Quizás no se trata de coincidir, sino de sostenerse, quedarse cuando todo se vuelve difícil.


Incluso cuando no estamos de acuerdo, te elijo.

Aunque no comparta tu forma de ver la vida, me quedo a tu lado, porque en tu presencia reconozco mi hogar.

De tocarnos con la verdad, aunque duela.

Todo porque somos compatibles, inevitables.

Y en toda esta hermosa y agotadora contradicción, lo somos todo.

Aunque no estemos de acuerdo en nada.

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En silencio