En silencio

Como una flor marchita en la oscuridad, sin testigos, sin estrépito, sin drama.

Me desintegro en la penumbra de mis propios pensamientos, entre palabras nunca articuladas y lágrimas que no dejo caer.

Todo porque no quiero preocupar a nadie.

Porque aprendí —hace ya tiempo— cómo acallar el dolor para no importunar, a vestir una sonrisa cuando por dentro el alma grita.


Hay días en los que absolutamente todo duele sin razón, y sin embargo camino erguido, con la frente en alto, como si nada pasara.

Todos me ven, me escuchan, incluso ríen conmigo, sin saber que estoy al borde del abismo, al borde.

Me he vuelto un experto en ocultar el caos bajo múltiples capas de normalidad, en disfrazar ese intenso cansancio con cortesía, en fingir que estoy bien cuando mi único deseo no es otro que desaparecer, aunque sea por un breve espacio temporal.


No lo hago por orgullo.

Tampoco por falta de confianza.

Lo hago porque me duele que otros sufran por mi dolor.

Me duele ver ojos preocupados, manos temblorosas, corazones tristes por mi causa.

Y así, escondo mis lágrimas, me rompo por dentro mientras sonrío por fuera.


En el amor, esto pesa aún más.

Porque si amas verdaderamente no deseas ser carga, no deseas ser sombra cuando ella es luz.

Intentas mostrarte fuerte para ella, aunque por dentro estés derrumbándote pedazo a pedazo.

Te quedas en silencio, deseando que tus actos hablen por ti, que tus caricias interpreten lo que voz no se atreve a expresar, que necesitas ayuda, que te sostengan, que te miren más allá de la fachada.

Hay una parte de mí que desea que lo notes, que veas más allá de mis “estoy bien”, que insistas, que me abraces sin preguntar y me permitas soltarlo todo sin juicio.

Porque a veces solo deseo eso.

Romperme, pero en tus brazos.

Llorar, pero en tu pecho.

Hablar, pero sin miedo.

Ser vulnerable, sin temor a alejarte.


Pero no lo hago. Me reprimo. Me callo.

Me rompo en silencio.

Porque me enseñaron que ser fuerte es no molestar, que amar —de verdad— es no preocupar.

Y así, cargo con mis propios escombros, escondo las grietas bajo un grueso barniz de normalidad, y sigo amando en silencio, con la esperanza de que, algún día, alguien vea mi dolor escondido y me diga: “No tienes que hacerlo solo”.


Me rompo en silencio, sí, pero sigo amando.

Porque incluso en el dolor, mi amor no disminuye.

Y aunque no siempre lo diga, aunque no siempre lo muestre, en cada silencio hay un “te amo” que me sostiene.


Y tal vez, solo tal vez, algún día me escuches…

Sin palabras. Solo con el alma.

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De la pérdida