La biblioteca de las almas perdidas
En un recodo olvidado del tiempo, se encuentra la biblioteca de las almas perdidas, un santuario secreto donde descansan las memorias que el mundo quiso olvidar.
Sus infinitas estanterías se componían con suspiros y viejas promesas, cubiertas de polvo de estrellas brillando en la oscuridad con tímida esperanza.
Cada uno de los libros que atesora guarda el latido de un corazón que amó sin medida, que lloró silenciosamente o que se rompió esperando aquel abrazo que nunca tuvo ocasión.
Por aquellos pasillos —olvidados— caminas tú, con tus ojos de luna, acariciando —con manos temblorosas— los lomos de aquellos libros suavemente temiendo despertar los ecos de antiguos lamentos.
Cada vez que rozas un libro, un leve escalofrío transita aquellas viejas paredes, y la biblioteca entera parece contener la respiración.
Sabe que buscas algo más que historias, anhelas encontrar esa parte de tu alma que se deslizó en los pliegues del destino.
Y fue entonces, cuando a la luz de los candiles —entre sus doradas sombras— descubriste aquel libro sin título —anónimo— encuadernado con hilos de rocío y versos rotos.
Cuando tus manos —temblorosas— abrieron aquel libro, de su interior surgió un murmullo que creías olvidado, el susurro de aquellos labios que una vez pronunciaron tu existencia con verdadera devoción.
Aquellas páginas consiguieron envolverte con un antiguo perfume, una combinación de lluvia y cartas de amor jamás enviadas.
En cada una de aquellas líneas sientes el latido de un corazón que se aferra al tuyo.
Es en ese momento cuando aquella vieja biblioteca deja de ser un mausoleo de recuerdos rotos y se convierte en un secreto jardín, florecido con todos aquellos besos nunca marchitos.
Las almas perdidas —al verte— comienzan a danzar en el aire, y sus lágrimas —emocionadas— forman innumerables constelaciones.
No se vislumbra la tristeza en sus rostros, solamente aquella dulce melancolía de quien ha amado tanto que el universo les reservó aquel lugar eternamente para suspirar.
Y cuando tus ojos se encontraron con los míos, en un imposible reflejo sobre aquel viejo reloj intemporal, comprendí que yo también habitaba aquella biblioteca, sumergido entre estantes de nostalgia.
Mi alma se había perdido hace siglos, en un crepúsculo donde juré esperarte, aun sin saber si volverías.
Y ahora —juntos— recorreremos esos pasillos —eternamente— iluminados por las luciérnagas de la memoria.
Nuestras manos entrelazadas son el conjuro más poderoso que esta biblioteca haya presenciado jamás.
Cada uno de aquellos estantes susurra nuestro destino, cada libro vibra celebrando nuestro reencuentro.
Las almas perdidas nos observan —agradecidas— y al vernos hallan la prueba de que incluso los corazones más desorientados pueden volver a latir con fuerza.
Es así como en la biblioteca de las almas perdidas, tejemos una nueva historia.
No escrita con tinta, sino con la luz incandescente de nuestras miradas y el pulso ardiente de nuestras manos unidas.
Porque al fin entendemos que no estamos rotos ni solos, somos páginas vivas.