El café
Te apetece, —inesperadamente— un café, y llamas a un amigo —intento fallido—, está liado y dudas, finalmente decides que no necesitas a nadie para disfrutar de un buen café.
Y allí te encuentras, a la orilla del mar —solo— ante aquel café.
Tomarte un café contigo mismo es invitarte a una cita —sin prisas— ante un reloj que se desvanece y pausando el mundo para que tú y tú se encuentren, es como hacer el amor con tu alma de la forma más suave y silenciosa.
La escena es conocida, el aroma del café danza en el aire.
Es una cálida y envolvente promesa, roza tus sentidos, te acaricia, te estremeces.
Te sientas ante esa taza, pero sin prisa, con la delicadeza de quien acaricia algo sagrado.
Tú lo eres.
Te sientas, y en ese momento, te miras con el corazón, como quien se reencuentra con alguien a quien ha amado desde siempre.
Te escuchas, te respiras, te sostienes.
El primer sorbo es un suspiro del alma.
Un suspiro que dice, “aquí estás”.
El calor del café te abriga en tu interior, te abraza, en cada sorbo hay un “te amo” susurrado sin voz, solo contigo mismo.
Y un poco más allá, la vida sigue su curso, aquella pareja paseando sonrisas, o aquella otra visiblemente alterada, braceando en la cara de su pareja.
Y tú sigues ahí, enamorándote de tus pausas, de tus pensamientos, de tu compañía.
Curiosamente descubres que no estás solo, estás contigo, y eso es más que suficiente.
Sonríes recordando algo tierno o asoma alguna lágrima con el siguiente recuerdo.
Vuelves a ti, es romántico volver.
Este ritual cotidiano llegarás a convertirlo en sagrada ceremonia, comenzarás a escribirte breves cartas de amor sin tinta, recitarte versos sin voz, regalarte paz.
Esa taza adquiere categoría de “lugar favorito”.
Y entonces lo entiendes todo.
Que amarte no es un destino, es una práctica.
Que no necesitas que nadie llegue para sentirte completo.
Porque tú, en tu rincón, con tus silencios, tu café y tu alma abierta, eres todo lo que necesitas.
Tomarte un café contigo mismo es un acto de amor profundo, salvaje y dulce.
Es prometerte que nunca más te abandonarás.
Que todos los días, aunque el mundo arda, aunque el cielo grite, tú estarás ahí, contigo, sirviéndote otra taza de amor.