Puerta al pasado
Cuando recibió la noticia, el mundo pareció detenerse para ella.
Las horas perdieron cualquier sentido, los días entristecieron, se hicieron eternos y el mismísimo aire se volvió demasiado denso para conseguir respirarlo sin un dolor extremo.
Su vida compartida –hasta aquel momento– era sencilla, plagada de cómplices miradas, silencios celebrados en armonía y hermosos sueños susurrados al oído.
Y no estaba preparada –nadie lo está– para aquel adiós tan definitivo.
Los siguientes días recorría su casa como un fantasma, intentando sentir algún vestigio de su calor.
Se hizo un ovillo en su cama –ahora solitaria– y en aquellas horas de vigilia, de búsqueda de consuelo fue cuando lo encontró.
Envuelto en un pequeño trozo de tela azul, protegido contra el tiempo y las miradas indiscretas en el fondo de aquel cajón de su mesita de noche.
Sus manos –temblorosas– desenvuelven el objeto y al verlo una lágrima asoma a sus ojos.
Un diario, tenía en sus manos un pequeño cuadernillo, una cubierta de cuero envejecido y unas iniciales grabadas a fuego en la esquina inferior.
Su corazón había traspasado ya todos los límites y latía con fuerza inusitada.
Se sentó al borde de su cama y con su alma en pedazos se dispuso a abrir la puerta del pasado.
Su caligrafía –perfecta– muy cuidada, saludó como si de un viejo amigo se tratara.
Aquellos trazos eran susurros llamándola por su propio nombre, cada página un latido que aproximaba –otra vez– sus dos almas.
Comenzó su lectura –dolorosa– pero rápidamente aquel inmenso dolor dio paso a un dulce calor, una inesperada ternura que arrasó sus ojos con otro mar de lágrimas.
Allí, en aquellas páginas estaban cuidadosamente guardados breves fragmentos de su historia juntos.
Allí estaba descrito el primer día que la vio, cómo su risa le había fascinado como una perfecta melodía, cómo sus rizos pelirrojos brillaban con la luz de aquel primer atardecer compartido, y cómo aquel suéter de cuello cisne arropaba sus pecas repartidas por todo su rostro.
Allí se reflejaba aquella ansiedad que sintió antes de invitarla a salir y el irremediable nudo en su estómago al temer un no por respuesta.
Había mínimas notas, breves frases sobre sus citas, la primera vez que bailaron bajo la lluvia o aquellas charlas que ocupaban sus madrugadas.
Pero no solamente vivían en aquellas páginas recuerdos compartidos, se encontró también profundas reflexiones sobre lo que significaba amarla.
Fue en ese momento cuando ella –quizás muy tarde– se enteró de todas aquellas veces en las que él se quedaba despierto para disfrutar viéndola dormir y cómo se repetía a sí mismo la suerte que había tenido.
Allí resaltaba cómo el simple roce de su mano le devolvía la fe en la vida, incluso en los días más oscuros.
Encontró también confesiones de sus más profundos miedos, temía no conseguir darle la felicidad que se merecía, temía que el tiempo le robara las fuerzas necesarias para cuidarla.
Y en cada página se reafirmaba en su decisión de amarla hasta el último latido.
Pausadamente ella avanzaba en la lectura, riendo y llorando alternativamente.
Cada pocas páginas se encontraba con flores secas, recuerdos de paseos compartidos, momentos que él había querido conservar en su memoria con aquellos boletos de conciertos y alguna foto gastada por su mirada.
Llegó a la última página, y allí encontró unas líneas escritas con un trazo inquietantemente trémulo.
Un último mensaje, intuyendo el futuro, sabiendo que ella abriría algún día aquel diario y él no estaría ya a su lado.
“No lamentes mi partida, mi vida, compartida contigo, ha sido excepcional y haberte amado ha sido un privilegio. Cada instante compartido ha valido mil vidas. Donde quiera que me encuentre seguiré buscándote en cada atardecer, en cada melodía, en cada murmullo del viento.”
Ella cerró el diario contra su pecho, dejando que las lágrimas fluyeran libres.
Lágrimas de tristeza pero también de gratitud.
Ahora comprendía que aunque él ya no estuviera su amor persistía latiendo en cada una de aquellas páginas.
Desde entonces, cada noche antes de dormir, ella abre aquel pequeño y breve diario y lee un fragmento.
De esta forma, cada noche, conversan durante un breve momento y mantienen un invisible hilo que les une por siempre.