Tu dolor
El dolor se instala en silencio, sin pedir permiso, sin hacer ruido.
En el fondo de tu alma se abre un espacio que nadie ve, un vacío que camina contigo adonde quiera que vayas –a todas partes–.
Te esfuerzas por sonreír, por seguir con la rutina, por hacer que parezca que todo está bien. Pero dentro de ti, algo ha cambiado.
Ya no eres la misma persona que eras antes.
Hay una sombra que te acompaña, suave pero constante, recordándote aquello que ya no está.
Y nadie lo nota, y no porque no quieran, sino porque es una herida –profunda– que no sangra.
No hay señales visibles, no existen suficientes palabras con las que se pueda explicar cómo puede ser que algo tan intangible puede pesar de esa manera.
Habrá quien te diga que “el tiempo todo lo cura”, otros evitarán hablarte de ello.
Y tú caminas cada día soportando esa carga fingiendo ligereza.
Te conviertes en un experto del disimulo, del “estoy bien”, cuando tu único anhelo es que alguien consiga escuchar ese amargo silencio que te habita.
Cuando ves que el mundo sigue su curso y tú –paulatinamente– te vas quedando atrás, como si te hubieras detenido en el tiempo resulta especialmente duro.
Las risas, las reuniones, los planes… todo se ve realmente lejano, como si ya no pertenecieras a esa realidad.
Aquello que para otros es cotidiano, se ha vuelto extraño para ti, porque algo fundamental se ha desmoronado en ti, ese pilar invisible que daba sentido a tu vida.
Y lo intentas, verdaderamente lo intentas.
Te levantas, te vistes, sales, charlas…
Pero es como vivir tras una ventana empañada, lo ves todo,… en la distancia.
Te sientes sola, incluso rodeada de gente porque tu dolor es difícil de compartir.
¿Cómo explicarle a alguien que te falta algo que ya no pueden ver? ¿Cómo traducir un silencio interno en palabras que otros comprendan?
A veces solamente necesitas que alguien se siente a tu lado y no diga nada, que reconozca tu lucha interior aunque no pueda notarla desde fuera.
Hay días en que la niebla parece disiparse brevemente, respiras más profundamente y parece que el recuerdo no duele tanto.
Y luego, sin previo aviso, vuelven esas inesperadas olas que te ahogan, y vuelves a sentirte sola con tu verdad, con tu dolor.
Por más que te rodeen, por más palabras de aliento, nadie sabe realmente cómo te sientes y eso es lo que más pesa.