Almas

A veces, cuando cae la noche, nos envuelve el silencio y el mundo parece caminar más lentamente, respiro profundamente –despacio– y mirando al cielo, me dejo envolver por ese lejano misterio.

Y allí están, –siempre– con ese fulgor antiguo que sugiere secretos que ni el tiempo ha conseguido disipar.

Las estrellas, misteriosas, recónditas, insondables, siguen ahí, contemplándonos.

¿Esferas de plasma ardiendo?

Yo veo en lo infinito de cada una de ellas algo íntimamente humano.

Quizá cada una no sea más que un alma, sí, un alma que alguna vez amó, soñó, sintió.

Y su luz no es otra cosa que el suspiro eterno de quien no ha dejado de brillar en su interior.

Pienso en ti e imagino que ese cielo se enciende un poco más.

Como si el solo recuerdo de tu risa pudiera encender constelaciones.

Como si el amor que nos une no tuviera raíces en la tierra, sino alas en ese cielo, eternamente nocturno.

Ellas –nuestras estrellas– son mudos testigos del discurrir de nuestras historias, de nuestras vidas, pero también son el eco de nuestras más puras emociones.

Nuestros antepasados –quizá los más románticos– defendían que la muerte era la antesala de un viaje cuyo objetivo era que nuestras almas acabaran transmutando en esas lejanas estrellas.

De esta forma cuando alguien a quien amamos parte, no lo perdemos del todo, nos contempla, nos ilumina con su luz.

Es presencia que no se toca, se siente.

Eso es amar, ver al otro como una estrella, inalcanzable a veces, pero indispensable para que nuestro propio universo siga girando.

Tú has sido mi constelación favorita.

Has dado forma a mi cielo, has orientado mis pasos, me has hecho soñar incluso cuando la noche parecía demasiado oscura.

Sí, las estrellas son almas y en cada una se guarece el calor de un abrazo, la ternura de aquel “te amo”, la esperanza de un reencuentro.

El cielo –nuestro cielo– no es solamente polvo y gas, se compone de todo lo que hemos sentido y no ha querido morir.

Cada noche, buscando respuestas allá arriba, no veo el pasado, sino lo eterno.

Lo nuestro.

Y si algún día te sientes sola, solo mira el cielo.

Busca la estrella más brillante.

Allí estaré yo, amándote como siempre.

Como un alma que no sabe apagarse.

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Encontrarse en el ritmo del otro