Pensarte

Pensarte es una costumbre que no me enseñó nadie.

Nos vimos un día y desde entonces no has dejado de volver, no a mis días, no a mi puerta, a mi mente, a mi alma, a esos lugares vacíos que ahora tú has hurtado y les has dado forma.

Te presentas una y otra vez como eco que nunca se extingue, como aroma que pervive cuando ya te has ido.

Ojalá vinieras a mis brazos cada vez que arribas a mi mente.

Intento el olvido entre risas y huecas conversaciones, pero solamente consigo regresar, una y otra vez a esa imagen de verdes ojos entrecerrados en silencio.

Hay frases sin voz –suspiradas–, que no nacen del capricho, no surgen del orgullo, no brotan de la impaciencia, manan desde ese frío lugar –doloroso– donde habita la ausencia.

Y yo, intentado continuar, fingiendo olvido compartiendo risas prestadas y huecas conversaciones, regreso, una y otra vez al mismo lugar, a esa imagen, tus ojos cerrándose en silencio y tu voz, esa que mi memoria ha aprendido a proteger como el más sagrado de los secretos.

¿Cuántas veces al día vienes a mi mente?

¿Y por qué nunca a mis brazos?

Noches, en las que mi almohada es testigo de todo lo que no consigo decir.

Durante horas puedo hablarle de ti en susurros, deseando que –donde quiera que estés– puedas escuchar.

En nuestras mentes –en la mía– todo es posible, vuelves, sonríes, te quedas.

La realidad es una fría estancia donde solamente ese pensamiento y yo habitamos.

Ojalá supieras cuántas veces te he abrazado sin tocarte.

Cuántas veces he contenido el impulso de buscarte, de romper la distancia, de rendirme ante este amor que se ha vuelto invencible incluso en tu ausencia.

Hay algo cruel y bello en este constante devenir, pensarte duele, es verdad, pero me mantiene vivo.

Eres herida y alivio, sombra y luz.

Porque aunque tus pasos no se crucen con los míos, aunque mis brazos sigan vacíos, cada vez que asaltas mi mente, el mundo se detiene un breve instante para verte pasar.

Mínimo consuelo es el pensamiento cuando mi alma desea tacto.

La mente puede inventar, fantasear, pero el cuerpo extraña.

Y yo te extraño.

No como extrañaría un lugar o un momento, te extraño como esa parte de uno mismo que ya no está.

Ojalá vinieras a mis brazos con la misma frecuencia con la que te presentas en mi mente.

Y, de esta manera, dejarías de ser un sueño que regresa, para así convertirte en un abrazo que no se va.

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Tu dolor