El peor infierno

El peor infierno no es el dolor.

Se dice que el infierno arde eternamente, que el sufrimiento nos quema la carne y desgarra nuestras almas.

Y aunque en nuestro imaginario el infierno encarna todos los males, existe un abismo aún más profundo, más silencioso, más inquietante y más cruel.

En ese abismo no habita ningún demonio, no se escucha un solo grito y no hay castigo alguno que cumplir.

Ese abismo no es más que un vacío helado, un eterno eco donde ni siquiera la tristeza resuena.

El peor infierno no es el dolor, es la total ausencia de sentimiento, la tibia muerte del alma, esa que ya no vibra, ni por amor, ni con la pena, ni tan siquiera por rabia.

Imagina –si puedes– un corazón que ya no late por nadie, esos labios que no recuerdan ni uno solo de los besos vividos o esos ojos incapaces de llorar porque ya nada les importa.

No existe infierno más oscuro que aquel que se esconde en un pecho deshabitado.

Al menos en el dolor hay vida, hay latido.

En la nada no hay más que silencio, y no hablo de ese silencio nocturno, suave, tranquilo, sino del que grita sin voz, ese que te recuerda que incluso el sufrimiento es un privilegio.

¿Acaso somos algo sin emociones? ¿Sin un amor que nos desborde el alma?

No seríamos más que estatuas de sal que no tiemblan ante un beso ni se derrumban en el adiós.

No seríamos más que cuerpos sin alma, sonriendo sin alegría, hablando sin pasión, durmiendo sin sueños.

Ahí mismo habita el peor infierno.

No sentir es estar vivo y muerto en el mismo instante, miras al cielo sin asombrarte, abrazas y no te estremeces, besas sin deseo, escuchas una canción y no lloras, no vibras, no recuerdas.

Es escribir un “te amo” sin que tiemble tu mano.

El peor de los infiernos es no sentir absolutamente nada.

Y no por miedo, ni por coraje, sino por tu interior, vacío.

Porque se te han acabado tus emociones hasta quedar seco, árido, hueco.

Y aun así, incluso en ese terrible infierno, queda una chispa de anhelo.

Porque solamente quien ha estado muerto por dentro sabe lo sagrado que es un suspiro que nace del alma.

Un estremecimiento, una lágrima, una caricia que te sacude.

Sentir, aunque nos duela, es vivir.

No sentir… ese es el peor infierno.

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