Ahí está

La primera vez que la vi, sentí que todo estaba ahí, que todo encajaba.

Fue un breve –fugaz– momento, tal vez incluso insignificante para cualquiera que lo hubiese presenciado desde fuera, pero para mí lo cambió todo.

Estaba ahí, frente a mí, con esa forma tan natural de existir, sin saber —ni sospechar— lo que despertaba en mí con su sola presencia.

No sé qué es exactamente lo que me detiene, quizás sea esa mirada, serena, lejana, que parece descubrirme un mundo más hermoso y silencioso del que yo jamás seré parte.

Quizás sea su risa –su sonrisa– que brota fresca, primaveral, desbordando vida, desarmándome sin siquiera mirarme.

Todos mis ruidos interiores, las preguntas, las búsquedas, encontraron su fin.

Pareciera que cada fragmento abandonado de mi alma hubiese encontrado súbitamente ese lugar exacto al que pertenecía, esa extraña sensación de haber completado un puzzle de miles de piezas.

Después de aquella casualidad suelo verla a menudo.

En aquel café, –despreocupada del mundo– saboreando el momento, mesándose su larga melena en aquella esquina, cruzando la calle con las prisas pisándole los talones.

Y cada vez, mi corazón es testigo, “ahí está”. Pero mis labios aun no han conseguido encontrar el suficiente valor para decir una sola palabra.

Podría ser timidez, pero es algo más, es esa sensación de que hablarle sería abrir una puerta que tal vez no estoy preparado para cruzar.

Me asusta que pueda romperse la perfección de esa primera impresión.

Me asaltan las dudas, ¿y si le hablo y no es lo que había imaginado? ¿Y si desaparece el hechizo al acercarme?

Es inquietante la idea de no llegar a saber nunca quien es, de no llegar a conocer la voz que acompaña su sonrisa o la historia que se esconde tras esos ojos verdes.

En ocasiones aventuro la idea de un encuentro casual.

Esas manos que apenas se rozan alcanzando un mismo libro en una librería, una palabras dicha sin pensar que lo altere todo.

El momento pasa, ella sigue su camino ajena a la tormenta que desencadena su presencia.

Y, sin embargo, no pierdas la esperanza.

Porque hay algo en ella que te llama, que te espera, aunque todavía no lo sepa.

Tal vez mañana, o el próximo martes, o un día cualquiera de lluvia, por fin reúnas el valor de decir “hola”.

Y consigas de esa manera cruzar ese puente invisible que hasta ahora solo has recorrido con la mirada.

A la espera de que eso pueda suceder, la sigo viendo.

Y cada vez que lo hago, se reafirma en mí esa certeza quieta y poderosa, todo está ahí, todo encaja.

Solo falta ese primer paso. Solo falta que hable con ella.

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