Playa chica
Era temprano, –tú venías y yo iba– nos cruzamos, fue como quien se tropieza con un antiguo suspiro, un eco de algo que ya había resonado alguna vez.
El mundo –el nuestro– se detuvo un breve instante –un segundo, una eternidad– y tu saludo fue un fino hilo de luz que se abrió paso en la sombra de mis días.
Articulaste un “hola” que no llegó a fructificar, rodeado con una breve sonrisa que permitía adivinar una primavera tantas veces imaginada.
Tu mirada –cristalina– anhelaba inviernos arropados y silencios compartidos.
Fue un momento breve –casi irreal– y aun así, lo llevo bordado en mi frágil memoria, como si de una carta sin destinatario se tratase, en espera en ese rincón para releerla cuando el alma lo necesite.
Aquello no fue azar, fue destino disfrazado de casualidad.
Todo cambió, ahora –cuando menos lo espero– el viento me envuelve con tu voz.
Aquella calle, aquel pequeño lugar que piso cada día, ahora parece recordarte, porque aquel saludo –aquel breve roce de tu existencia con la mía– encendió un universo de posibles, de momentos aún no contados, versos aún no escritos.
Me pregunto si tú también lo sentiste.
Si quizá al cruzarnos, algo en tu pecho palpitó distinto, si quizá tus pasos, después de aquel encuentro, también buscaron volver.
Posiblemente no fue más que un breve cruce de miradas, pero para mí, fue la promesa de un poema.
Aquel día no comenzó ni terminó como cualquier otro.
Fue el preludio de un amor que –aunque no se nombre, aunque no se concrete, ya es eterno en su fugaz belleza.
Porque nos cruzamos… y me saludaste.
Y desde aquel día, no he dejado de escribirte en secreto.
Allí estuvimos!!!