Lo que tenemos
En esa remezcla diaria entre el bullicio mundano y la carga de los días nos olvidamos de mirar, de mirar con calma.
Se nos olvida –que a menudo– lo esencial no suele brillar y mucho menos hacer ruido.
Lo importante suele estar ya a nuestro lado susurrando bajito.
Esa taza de café al despuntar el alba, las manos que nos rompen con cada caricia o las risas imprevistas.
Nuestra vida debería tratar de amar lo que ya tenemos.
El techo que protege nuestro existir, una comida sencilla, el abrazo que no espera recompensa.
Si miramos –con atención– a nuestro alrededor reconoceremos actitudes, gestos, momentos que valen más que el oro y se nos pasan inadvertidos.
Amar lo que ya tenemos, lo que disfrutamos en el día a día no es una rendición de nuestras aspiraciones, ni mucho menos dejar nuestros sueños atrás.
Es agradecer el camino, por muy duro que este haya sido.
Es mirar atrás sin rencores, vivir el presente con ternura y enfrentar el futuro con esperanza.
Es amarnos, con nuestras cicatrices, nuestras dudas, nuestras contradicciones.
Es entendernos suficientes, que obramos en cada momento de la mejor manera y con la mayor honestidad de la que éramos capaces en ese momento.
Si amas lo que tienes se transforma tu mirada, no buscas afuera, aprendes a cuidar lo importante, a estar más presente y casi sin darte cuenta vives con el corazón más abierto.
Porque cuando aprendes a amar lo que tienes, olvidas medir la vida por lo que falta.
Se trata de eso, de amar sin prisas, sin condiciones.
Observar la belleza en lo cotidiano, en la imperfección , en la realidad.
Solamente así tu vida será más liviana, más sincera y –sobre todo– más tuya.