Bajo la lluvia

Allí estabas, bajo la lluvia.

El cielo –todo el cielo– parecía haberse abierto solamente para ti.

Sin paraguas, sin miedo, únicamente tu sonrisa rodeada de relámpagos y aquellos pasos que cosían el alma del viento al empedrado de las calles.

Y te vi bailar bajo la lluvia.

Fue un breve instante, estático, detenido, una grieta en el tiempo, y en ella, lo cotidiano se volvió milagro.

Aquellas gotas acariciaban tu cuerpo como notas de una secreta melodía y tú, tú danzando sin aparente coreografía.

A cada giro de tus pies desnudos hallabas tu propio ritmo, infernal, poético.

El agua de lluvia te abrazaba y tú la invitabas, quizá porque comprendías que algunas lluvias limpian, algunas lluvias lavan antiguas heridas y desnudan la tristeza.

Yo no era más que el invisible testigo de tu libertad, pequeño, eterno.

Había algo sagrado en tu entrega a ese instante, una suerte de plegaria sin palabra alguna, una comunión perfecta entre tu cuerpo y el cielo, porque tu ya habías decidido –sabiamente– ser parte de aquel diluvio y de ninguna manera su víctima.

Tus cabellos ceñidos a tu bello rostro, tus ojos cerrados conversando los secretos del agua y esa sonrisa que cual dulce rayo rompía la tormenta.

Aún intento comprender si bailabas por alegría o por dolor, si tu danza era grito o era risa.

Aquella calle brillaba como si miles de espejos rotos hubiesen caído del cielo y tú –solamente tú– la cruzabas como quien no teme los afilados cristales.

Cada paso, cada giro era una promesa al corazón, ¿a mi corazón?

Sin público, sin aplausos, solamente el inquietante murmullo del agua y el susurro de mi alma contemplándote –empapada también– pero de admiración.

Nunca fuiste consciente de mi mirada, nunca percibiste como se grababa en mi ese instante, indeleble, inmortal.

Y te vi bailar bajo la lluvia, y comprendí que hay belleza que no pide permiso, que existen almas que nacen y florecen aún bajo la más terrible de las tormentas.

Cada vez que llueve, me apresuro a cerrar los ojos y te veo otra vez, girando, riendo, viva.

Bastarían algunos de tus pasos bajo la lluvia, para devolver la luz a este mundo que se siente –por momentos– demasiado gris.

Hay danzas que no se olvidan, así como hay amores que comienzan con un inesperado milagro bajo el agua.

Y yo te vi.

Te vi bailar bajo la lluvia.

Y todo cambió.

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