Me tiembla el alma

Hay algo en tu mirada que me desarma –me deja indefenso– destroza esas barreras que con tanto esfuerzo había levantado.

Cuando me miras, soy memoria, soy herida, soy deseo.

Intento apartar la mirada, evitar el vértigo, pero es imposible.

Hay algo invisible que me sostiene en ese breve instante, algo que parece condenar al mundo a quedarse en silencio y de esa manera dejar que solamente tu mirada y mi temblor existan.

Tiemblo, no de miedo, tiemblo porque me reconozco, me veo en tu mirada, incluso en los rincones mas ocultos de mí.

Me despojas de mis ropas sin tocarme, como si pudieras leer las grietas que intento esconder bajo mi piel.

Algunos días imagino que este temblor quizá no sea otra cosa que amor disfrazado de nervio.

O nostalgia.

O esa absurda necesidad de aferrarme a algo que no llego a entender pero que me llama.

Y tiembla mi alma.

No sabes lo que provocas, no sabes que tus ojos encierran una tormenta contra la cual no encuentro refugio.

No encuentro suficiente poesía para expresar –para explicar– lo que siento cuando tu me miras.

No encuentro metáfora –imagen– que abarque esta íntima revolución, este temblor invisible, que me transforma.

Cuando tus ojos encuentran los míos, nace un nuevo silencio, uno que no pesa –liviano– que te rodea, que abraza.

Y en ese silencio me descubro y te descubro.

Posiblemente nunca me atreva a decírtelo, o quizá algún día –en un desliz– pueda dejarlo caer frágilmente.

Si todo sigue en su lugar, si tus ojos siguen buscándome de vez en cuando, yo seguiré temblando en secreto.

Es una verdad que me atraviesa el pecho como un suspiro contenido.

Me tiembla el alma cuando me miras.

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