Aquel callejón

Era un callejón como cualquier otro, olvidado en el tiempo y la rutina de la ciudad.

Estrecho, paredes descascarilladas y cubiertas de mugre que flanqueaban un pavimento carcomido por el paso de varios decenios de abandono.

Allí te vi por primera vez, en ese rincón gris, polvoriento, fue allí donde se cruzaron nuestros destinos.

Llovía ligeramente y yo buscaba un momentáneo refugio ajeno a que algo importante iba a suceder.

Y allí estabas tú, con aquella mirada temblorosa, empapada.

Cruzamos nuestras miradas durante un breve instante eterno.

Aquella mirada casual se transformo en una silenciosa conexión, un reconocimiento imposible de explicar, como si nos conociéramos de una vida anterior.

El murmullo de mis pasos rompió el hielo entre nosotros, luego llegaron las palabras, tímidas, inseguras pero totalmente sinceras.

Me hablaste de tú historia, o al menos de aquella parte más intima que pocos habían escuchado.

Y aquella lluvia seguía cayendo, –lentamente– sin prisa.

Hablamos de música, de literatura, de heridas –de las de verdad– invisibles, de esas que solamente encuentran cura en el correr del tiempo o compartidas con las adecuadas compañías.

Aquel callejón, –pasaje entre dos calles, pasaje entre dos realidades– se convirtió en refugio insospechado de nuestras almas.

Un espacio ajeno, atemporal, donde solamente existíamos tú y yo.

La ciudad siguió latiendo –impasible– pero en laque rincón apartado del espacio-tiempo nació algo que desvió el rumbo de nuestras vidas.

Pasaron varias horas que –en aquel callejón– parecieron días enteros.

La lluvia cesó, el sol se adueñó del cielo y nosotros ya no éramos los mismos.

No sabíamos que había ocurrido, no sabíamos si aquella lluvia era la causa, no sabíamos si aquello sería amor, amistad o simplemente un imborrable recuerdo.

Lo que si sabíamos, –ambos– lo que si sentíamos era que lo ocurrido no era un simple accidente, era un comienzo.

Pasaron los años y  ese callejón sigue siendo parte de nuestra historia.

A veces, cuando pasamos por allí nos detenemos un momento, no para repetir lo que fue, sino para agradecerlo.

Porque allí, entre muros desgastados y adoquines viejos, nos conocimos.

Porque en ese rincón oscuro, encontramos luz.

Y porque ese día, sin saberlo, comenzamos a escribir una historia que aún continúa.

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