El sonido del mar

Nos envuelve el sonido del mar.

No es solamente ruido ensordecedor, es latido, es respiración profunda de nuestra madre tierra.

Se alza la ola –poderosa– como si durante siglos fuese acumulando fuerza en las entrañas del océano.

Y desde lo más alto se precipita –sin contemplaciones– rompiendo con fuerza inusitada provocando un estadillo de espuma que se eleva en su intento constante de tocar el cielo.

La escena te paraliza, resulta hipnótica, la transparencia del agua, su aroma turquesa oscureciéndose cuando te precipitas en ella.

Las rocas –con su áspera textura– pareciera resistir al tiempo y la fuerza desatada del mar.

Lo que contemplamos es una conversación sin palabras entre lo eterno y lo efímero.

Cada gota de agua saltando es como un pensamiento que se escapa, una emoción que no pudo retenerse.

Las rocas están ahí –impertérritas– esperando ese golpe que saben que llegará una y otra vez, y aún así permanecen.

Hay una lección ahí que nos interpela, cuántas veces nosotros mismos hemos sido agua –estallando en nuestro interior– y cuantas veces roca –callada, firme– erosionada pero presente.

Hay fuerza desatada en la imagen, también belleza.

Hay caos, también equilibrio.

Es una representación del alma cuando se atreve a sentirlo todo a la vez, puedes contemplar al mismo tiempo rabia, alegría, nostalgia, esperanza.

Nos recuerda que también somos mar, también somos roca y que el hecho de continuar de pie –aún con la espuma sobre nosotros– es un acto de amor propio.

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