El susurro de tu ausencia

Me habita un vacío que no suelo nombrar fácilmente, es un pequeño espacio, silencioso que se hace notar cada vez que vuelvo a pronunciar tu nombre en un susurro.

Ese espacio es como aquella habitación que alguna vez estuvo rebosante de luz ––de alegrías–– y ahora suspira penumbra, esperando lo imposible, que tus pasos vuelvan a resonar en ella.

No es absoluta tristeza, tampoco nostalgia, más bien una sutil mezcla de anhelo y esperanza imposible, una cuerda rígida que oscila entre lo que fui contigo y lo que intento ser sin ti.

No es un vacío que duela de una forma aguda, duele como esas mañanas frías en las que la ausencia de calor trae esos recuerdos de aquellas noches en las que alguien compartía contigo el mismo espacio.

No es un vacío que pida ser reemplazado, sino reconocido.

Este vacío ––en la más profunda de sus formas–– eres tú convertida en recuerdo, en promesa en suspenso, en ese latido que aún no ha tomado la decisión de si irse o quedarse.

Hay momentos en los que te reconozco en los más simples gestos, un rayo de sol atravesando los cristales de aquella ventana, una canción que surge imprevista.

A veces una mirada perdida que me traslada a aquel lugar exacto ––inolvidable–– donde nuestras manos se entrelazaron por primera vez.

Y es ahí donde ese vacío se transforma, se convierte en algo casi dulce, como si tu alargada sombra lo acariciara recordándome que todo amor verdadero nos deja una huella imborrable, aun cuando ya no esté.

Ese vacío ––que siempre estará ahí–– ya no es un abismo, se ha convertido en un jardín en reposo, esperando que el tiempo consiga hacerlo florecer una vez más.

Esa ausencia ––ese vacío–– se llena de sentido porque una vez tú exististe en él.

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Morirás en un parpadeo