De la decepción
La decepción no mata, enseña.
Hay heridas que nunca sangran, y aún así provocan la muerte de lo mas preciado, aquello que estimamos por sobre todas las cosas, la confianza.
La decepción nunca llega en la forma de un golpe seco —repentino— siempre la verás llegar lentamente, como si avisara para no sorprenderte, sí, la decepción es un lento y persistente veneno que se infiltra en tu alma —gota a gota— hasta sofocar al más intenso de los fuegos.
Al amar —ese acto de valentía— entregas gran parte de lo que tú mismo eres, siempre con la fe puesta en el otro.
Pero la decepción toma en sus manos esa genuina entrega y la hace añicos.
No es solamente por una promesa rota o esa expectativa no cumplida, es esa grieta que se abre con tu mirada, ese silencio que ocupa el espacio de la complicidad de antaño o la distancia de ese abrazo que ya no cala de la misma forma.
Cada decepción es una pequeña muerte.
Cercena la ilusión, ese rayo de luz que coloreaba el futuro con tintes vivos.
Mata la seguridad, aquella certeza de que pasara lo que pasara siempre estaba allí —ella— ese puerto seguro al que arribar.
Y así —de a poco— va matando el sentimiento.
En los ambientes enrarecidos por el desencanto es muy difícil para el amor poder respirar, se asfixia entre los "ya no sé si creerte" y los "por qué esta vez será diferente".
Y aún en esos momentos nuestro corazón —jardinero incansable— lo vuelve a intentar, replanta la esperanza con cualquier excusa, perdona y busca desesperadamente la más mínima sombra de aquel amor que fue.
Pero la constante decepción convierte —una y otra vez— aquel jardín en un erial.
Cuando asoma la primera flor del cariño, la falta de una lluvia de sinceridad acaba por marchitarla.
Finalmente se presenta un día, gris, callado, en el que al mirar ya no duele, y no duele porque el sentimiento se ha ido, la decepción ha hecho su trabajo —sin grandes alharacas— solamente puedes oír el devastador silencio, sentir el frío de lo que una vez fue y ya nunca será.
En ese final, no es el odio lo opuesto al amor, sino la indiferencia, el vacío de lo que se fue.