Distancia
Hay amores tan leves que parecen hechos de aire, que se escabullen entre nuestros dedos al intentar retenerlos.
El tuyo es así.
Una presencia en un roce, apenas una caricia, y aun así una huella imborrable.
Cuando ya estás a punto de quedarte, cuando la distancia se disuelve y tus pasos se encaminan hacia mí… todo se desvanece.
Las certezas se vuelven sombras y solamente permanece la dulce confusión de haberte sentido tan cerca.
Es un momento detenido, en el que se entrelazan la esperanza y la rendición, el deseo de alcanzarte y la certeza consciente de que no podré.
Y aún así, siento la necesidad de buscarte una y otra vez, como si la fe tuviera su propio lenguaje y el mío solamente supiera pronunciar su nombre.
Tu ausencia —invisible— no duele con violencia, sino con ese tipo de melancolía que se te entremete lentamente y aprende a convivir con el día a día.
Ese día a día en el que creo haberte olvidado, y basta un sutil aroma, una melodía para que estés de vuelta —tu recuerdo— y todo vuelva a doler.
La distancia libera al amor de todo lo terrenal, lo deja en su esencia, en esa emoción que arde sin tocar y que vive sin presencia.
Quizá por eso sigues aquí, aunque no estés.
Y así sigo, amándote sin esperarte, buscándote sin encontrarte, llamándote sin voz.
No hay promesas, ni finales, ni despedidas.
Solamente este hilo invisible que une mi latido con la idea de ti, esa idea que no se va, que me acompaña incluso cuando ya no miro atrás.
Porque algunas ausencias, sin quererlo, saben quedarse para siempre.