De que está hecho el amor

De nada sirve que lo busques, que lo persigas porque nunca se deja atrapar.

Es intangible, se enfrenta a la lógica de la solidez, va y viene, invisible pero —como el aire— imprescindible.

Es viento, está hecho de viento, no puedes verlo y sin embargo lo sientes, está ahí, omnipresente.

De viento, de puro viento…

Eriza tu piel, agita tu alma cuando —en silencio— se aleja.

Lo encuentras en esa ráfaga que despeina tus pensamientos, que barre tus tristezas y te promete algo nuevo.

Los hay que como una suave brisa llegan sin ruido, acarician sin previo aviso y refrescan lo que creíamos marchito.

Otros arrasan, rompen y hacen temblar todo aquello que creíamos seguro como una repentina tormenta que después nos entrega un aire mucho más limpio, un cielo más azul.

Y hay amores que son brisa constante, esa que nunca cesa, que puede variar su dirección pero siempre está ahí.

El amor —como el viento— no pertenece a nadie, no se guarda, no se posee.

Solamente lo vives, lo respiras y lo agradeces.

Abre tus manos y lo sentirás pasar, acariciando tus dedos, danzando libre, sin miedo.

Esa suave brisa se acompaña del aroma de quien amamos, de —palabras— caricias susurradas al oído y arrastradas en la distancia. De besos suspendidos en nuestra memoria como hojas de otoño en el aire.

Está hecho de risas volanderas y promesas viajando más lejos que cualquier despedida.

Y cuando la duda me asalte, cuando me falte el suelo o el tiempo me pese, recuérdame, —querida— que el amor es viento también dentro de mí sosteniéndome incluso cuando pareciera no estar.

El amor no se ve pero mueve el mundo, colándose entre las rendijas de tus miedos, levantando lo caído, cantando entre arboledas y meciendo nuestras cansadas almas.

Recuérdame —tú, amor— que estás hecho de viento, de puro viento, invisible, libre, eterno.

Recuérdame de que está hecho el amor… Recuérdame que olvide aquella herida…

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