Esa luz sabe a ti
Desde niños hemos oído que allí, al final de aquel túnel, había una luz.
Los hay que la imaginan blanca, otros dorada.
Muchos la imaginan apenas un mínimo suspiro de claridad abriéndose paso entre sombras agotadas.
Para mí, esa luz ilumina ese túnel imaginario en su totalidad y su luz tiene el color de tu mirada cuando permites que el mundo te atraviese sin miedos.
No es un color como tal, no puedo nombrarlo con palabras alguna porque para mí es una fusión de amanecer y promesa, de piel tibia y esperanza renacida.
Es una luz cambiante, —caprichosa— por momentos un fino hilo azul —un pensamiento— que titubea entre la duda y el deseo., el recelo y la pasión.
Otras veces es ámbar ardiente, —cálida— como un sol latiendo desenfrenado.
Esa luz —al final del túnel— no es destino, es encuentro. No te espera, se crea contigo, a cada paso.
Surge cuando te determinas a no rendirte, cuando eliges —una vez más— amar, aun sabiendo la fragilidad de los corazones.
En su reflejo habitan todas esas veces en que lloraste pero aun así seguiste en el camino, extendiendo tus manos, en la búsqueda de algo que no conseguías nombrar.
Recorriendo tu particular túnel, cuando llegas te percatas de que —esa luz— no te ciega, te envuelve, te reconoce, te devuelve a tu propio ser interior.
En ese momento comprendes que ese túnel jamás fue oscuridad, sino solamente el tiempo necesario para aprender a mirar distinto.
La luz al final del túnel… es del color del alma cuando ama.
Salgamos a la calle a bailar ese tango.