La vida te grita

Dice la vida que la disfrutes, que te bebas cada amanecer como si fuera un vino añejo derramado en tu boca.

Que no corras detrás del tiempo, sino que bailes con él —descalza, libre— en la orilla de tus sueños.

Que abraces fuerte, que beses largo, que rías tan alto que hasta el sol quiera detenerse a escucharte.

Dice la vida que la sientas, que te dejes llevar por la brisa que acaricia tu piel, por las miradas que incendian tu alma, por aquellas manos que buscan las tuyas sin apenas palabras.

Que te atrevas a amar sin miedo, a perderte en los ojos de alguien que también quiere quedarse, a encender hogueras con tu ternura y pasión.

Porque la vida no espera, no se repite, no guarda reservas.

Es un inmenso suspiro disfrazado de días comunes, un milagro escondido en cada instante.

Y tú, viajera del amor y la alegría, estás aquí para descubrirla, para saborearla sin culpa, para pintarla con los colores más vivos de tu corazón.

Dice la vida que la disfrutes, que no dejes para mañana los abrazos, los bailes bajo la lluvia, las cartas sin enviar, los “te quiero” que tiemblan en tu voz.

Que te regales instantes y no te castigues con ausencias.

Y cuando la noche te encuentre cansada, que sonrías al recordar que viviste con fuego, que tus días fueron poema, que tus besos fueron verdad.

Entonces la vida —cómplice y eterna— te susurrará al oído, “Lo hiciste bien… me disfrutaste como se disfruta lo más hermoso, con pasión, con locura y con amor.”

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