Hay amores… (Está escrito en el viento)

Ese amor.

El que no espera, que nace en el preciso —y precioso— instante en que dos miradas se entrelazan y tu entorno se ralentiza, —dejas de escuchar a tu interlocutor— tu mundo ha cambiado… definitivamente.

Irrumpe sin permiso, arrasándolo todo, alimentándose de un inesperado vértigo.

Surge —en medio de tu rutina— como una llama, una chispa que enciende tu alma y transforma tu ritmo cotidiano en un mágico escenario de deseo.

El beso robado, —en silencio— la caricia que se te escapa sin llegar a pensarlo, tu corazón que con ese tremendo latido confunde la razón.

No conoce horarios ni cautelas, su entrega es ahora y con una intensidad que roza lo eterno.

Cada uno de tus gestos, cada palabra, cada respiración compartida se encierran en un universo de solamente dos almas que desafía cualquier lógica.

Ese amor que vive al filo, que no calcula, que se deja llevar por la pura emoción del encuentro.

Rayo fugaz o tormenta transformándolo todo a su paso, dejando una huella —profunda— imposible de borrar.

Su increíble belleza radica en su extrema libertad, en esa manera de lanzarse al vacío sin miedo, pues es consciente —o inconsciente— de que incluso la caída puede resultar hermosa.

Amar de esta manera es una completa rendición a la arrolladora fuerza del instante, —sin cautelas— es darle permiso a tu corazón para que hable más alto y más fuerte que tu mente.

Es tallar historias con el fuego del presente, sabiendo que cada segundo puede ser el último, por eso ha de ser el más intenso.

Es la pérdida total del control para llegar a descubrir que allí, —en medio de ese caos— encontraremos la verdad más pura del alma, esa certeza real e inexplicable de que vivir, solamente vale la pena cuando amas sin medida.

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El derviche