Quédate, bailemos la vida
Sin prisas, sin relojes al acecho, sin miedos, quiero que te quedes a bailar la vida conmigo.
Quédate cuando la música sea suave —apenas un murmullo—, cuando el mundo gire con la lentitud de las estrellas, cuando nuestros cuerpos se comprendan con apenas un roce.
Quédate cuando la piel hable el idioma que entienden nuestras almas, ese que se articula entre suspiros y se escribe en el aire tembloroso de nuestras miradas.
Respirar a tu ritmo, perderme en el compás de tu voz, el tiempo latiendo entre tus manos acelerándose cuando me rozas.
Nuestras miradas —en calma— saben que han encontrado un íntimo refugio en medio del caos.
Quiero que te quedes, aunque la vida modifique la melodía, aunque el viento se equivoque.
Quiero que te quedes bailando bajo la lluvia, riendo, disfrutando, celebrando cada gota como si cada una fuese una caricia venida directamente del cielo.
Quiero que te quedes cuando los silencios necesiten de los abrazos, cuando no suene la música, cuando el camino resulte —quizás— penoso.
Bailando juntos sentiremos cómo el universo se detiene brevemente para mirarnos de frente, para confirmarnos que no hay mejor lugar donde festejar nuestras vidas.
No será preciso más escenario que nuestra piel, ni más luz que nuestras miradas encendiéndose.
Bailaremos con el deseo sin disfraces, desbordando ternura y con la certeza de que cada paso juntos tiene sentido.
Quiero que te quedes a bailar la vida, hasta que nuestros días se queden cortos y los besos sean infinitos.
Hasta que nuestros cuerpos se vuelvan memoria, —recuerdos— que la pasión no ceda, que el íntimo roce de nuestras manos descubra el futuro.
Elegiremos cada día el mismo baile, con nuestros mismos latidos, con las mismas ganas.
Así la vida, —contigo— sería danza, vértigo, deseo. Piel y temblor, ternura y fuego.
Si te quedas —nos quedamos— no dejaremos de bailar, aunque cambie la música, aunque el mundo se apague.
Siempre te invitaré a un último baile.