Mirar al vacío
¿Recuerdas aquella primera noche mirando al vacío?
No ese vacío cotidiano que se esconde tras una ventana o entre la pausa de una conversación, sino ese otro vacío, mucho más profundo, mucho más íntimo.
Ese instante eternamente paralizado en el tiempo en el que, de pronto, todo deja de tener sentido y el silencio pesa más que cualquier palabra.
Muchos no se atreven a recordarlo.
Algunos lo evitan, otros lo transforman en poesía, y algunos pocos lo abrazan como si de una revelación se tratara.
Era de noche, siempre es de noche cuando uno mira por primera vez al vacío.
Porque ese es el momento en el que el alma se encuentra sin faro.
El mundo sigue girando, la ciudad duerme o finge dormir, y tú estás ahí, inmóvil, inerte, con tus ojos abiertos –sin objetivo alguno– en la oscuridad.
Tal vez estabas en tu cama, con el pecho ardiendo, consumido en preguntas, o en una azotea solitaria, contemplando aquel cielo huérfano de estrellas, o en aquella habitación extraña, lejos de casa, lejos de ti mismo.
Nunca sabes cuando va a ocurrir, ni siquiera el porqué.
Algunas veces es el dolor por una pérdida inesperada, a veces la fatiga por el mero hecho de existir, otras, simplemente, el peso de la conciencia despertando por primera vez.
Lo que sí es seguro es que esa noche, esa primera noche no la olvidarás.
Esa es la primera vez en la que uno se encuentra cara a cara con su abismo interior.
Y en ese abismo no encontrarás un monstruo, tampoco un castigo, solamente una nada silenciosa, un eco sin forma alguna. Y en esa nada, te descubres a ti mismo, mínimo, frágil, mortal.
En un principio –por inesperado– duele.
No sabrás si llorar, gritar o simplemente rendirte.
Pero no puedes dejar de mirar, como si aquel vacío tuviera algo que decirte, algo que revelarte, que pudiese adormecer aquel dolor.
Y lo tiene, pero no con palabras, sino con ausencia.
Ese vacío te lo arrebata absolutamente todo, certezas, máscaras, consuelos artificiales.
Y en ese despiadado despojo, algo en tu interior comienza a respirar distinto.
Y te asustaste. Tal vez llegaste a pensar que nunca conseguirías salir de ahí, pero lo conseguiste.
De una u otra forma, todos lo hacemos.
Llegó la mañana, o simplemente te dormiste plácidamente sin advertirlo.
Pero algo cambió aquella noche.
Ya no eres el mismo después de esa noche, atesoras una nueva grieta en ti, sí, y también una verdad que antes no conocías.
Atisbar ese vacío no es el final, si no el inicio de una búsqueda.
Ese vacío que has enfrentado no es enemigo, sino espejo, refleja lo que escondes, lo que temes, lo que anhelas. Y en su silencio, aprendes a escucharte.
Esa noche no fue solo oscuridad. Fue semilla.
Solamente quien ha mirado al vacío, aprende a mirar de verdad.