Si alguna vez lloras, que sea a mi lado

Cuando el dolor te alcance y tus ojos se ahoguen en lágrimas, búscame.

No con la intención de huir de aquello que duele, sino para no tener que atravesar ese desierto en soledad, en silencio.

En mis brazos no existen los juicios, las prisas, solamente ese espacio donde se abre el pecho y el alma puede deshacerse de ese peso que ha cargado demasiado tiempo.

Aquí ––a mi lado–– las lágrimas no avergüenzan, encuentran un lugar para descansar, se vuelven parte de un latido compartido deslizándose sin miedo a caer.

Déjame ser tu refugio cuando todo tiemble y tu mundo parezca inmensamente grande, inabarcable.

Yo sabré quedarme a tu lado incluso ante el más denso de los silencios, cuando las palabras ya no alcanzan, cuando pierden el sentido y solamente nos queda respirar.

Te sostendré sin preguntas, sin exigirte explicaciones, mirándote con esa calma de quien te ama sin condiciones ni urgencias.

Mi voz ––apenas un hilo de aire rozando tu oído–– será susurrante suavidad y mis manos comprenderán el lenguaje exacto de tu tristeza.

Nunca me encontrarás intentando arreglarte, porque no estás rota, solamente estaré ahí a tu lado, acompañándote.

Cuando tu amor llegue a confundirse con nostalgia y el deseo arda repleto de sentimientos, acércate un poco más.

Permíteme que recorra tu espalda con suaves ––lentas–– caricias, para que tu piel recuerde que también es consuelo, que también puede sanar.

Dejemos que el llanto se entremezcle con el calor de nuestros cuerpos, que la fragilidad nos desnude arrancándonos las máscaras y nos sitúen frente a frente, honestos, vulnerables, y vivos.

En ese lugar, donde no hay defensas, nace la más verdadera de las intimidades.

Después, cuando el temblor haya pasado, solamente quedarán nuestros ojos, brillantes y asomará en nuestros rostros una tímida sonrisa entre suspiros.

Te cubriré de besos tranquilos, de esos que no exigen nada, de esos que prometen sin palabra alguna y… se quedan.

Mi cuerpo será tu abrigo, mi calma tu pausa, mi presencia un recordatorio vivo de que no estás ––no estarás–– sola.

Y cuando llegue el sosiego, cuando el dolor se apacigüe, tendremos la certeza de habernos sostenido, juntos, sin ruido, sin miedo.

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Intenso silencio