Una lágrima eterna… por el hombre pájaro
Hoy, nuestro mundo se siente un poco más frío, un poco más vacío.
Se nos ha ido Robe, y con él una parte de nosotros que había aprendido a sostenerse gracias a su voz.
La utopía…
Qué extraño es llorar a un amigo al que jamás le estrechaste la mano, pero cuya presencia te acompañó en tus momentos más oscuros.
Qué misterioso es este dolor que nace de alguien que no conociste… y que sin embargo te conocía tan bien.
Robe cantaba lo que nadie se atrevía a decir en voz alta.
Ponía palabras donde nosotros sólo teníamos nudos que nos atenazaban.
Convertía nuestra rabia en libertad, nuestra tristeza en belleza, y el desgarro en una forma de seguir adelante.
Fue un cantante inmenso, sí, pero también un poeta salvaje, un artesano de emociones que sabía cómo arrancarte una lágrima y entregarte, al mismo tiempo, un abrazo invisible.
Sus letras eran refugio.
Salvavidas lanzados justo en ese momento en que más los necesitábamos.
Y por eso hoy nos duele tanto.
Porque no se va sólo un artista, también se va el compañero silencioso de tantas noches difíciles, el guía involuntario que nos enseñó a abrir las ventanas cuando todo parecía hundirse.
Llorar a alguien que no conoces puede parecer extraño, pero en realidad es profundamente humano.
Lloramos a quien nos sostuvo, a quien nos tocó el alma sin pedir nada a cambio.
Y Robe lo hizo.
Una y mil veces.
Hoy lo despedimos con un nudo en la garganta, con gratitud, con ese temblor que deja la música cuando de verdad importa.
Y aunque su voz ya no volverá a sonar en directo, seguirá resonando cada vez que una de sus canciones vuelva a salvar a alguien de su particular abismo.
Gracias, Robe.
Por lo que fuiste.
Por lo que nos diste.
Y sobre todo por quedarte para siempre donde de verdad importa, en lo más hondo de quienes encontramos en ti un amigo sin rostro, pero con un inmenso corazón.
Hasta siempre, siempre, siempre,…
P.D.: Allí, al lado del mar en Las Palmas fue nuestra última vez.