Javier Ledo Javier Ledo

Una vida encapsulada

El café en grano o molido –el de toda la vida– requiere más tiempo y control por nuestra parte, a cambio nos ofrece un mejor sabor y es más versátil que el café en cápsulas, esa nueva tendencia que ofrece pulsar un botón y a cambio te dispensa un sorbo de no sabemos qué y además genera una buena cantidad de residuos.

Al igual que ese café encapsulado, a veces topamos con gente que disfruta de su –perfecta– vida encapsulada.

Esa que vive inmersa en los límites que les impone el miedo, la rutina o su falta de expectativas.

Es una vida que se nos muestra protegida, segura y predecible aunque la realidad es que no es más que una existencia prisionera –resignada– en una burbuja de conformismo.

Es esa vida que nos puede parecer ordenada, –incluso exitosa– pero en el interior de esa burbuja se arrastra una voz silenciada que –si es sincera consigo misma– sabe que anhela libertad.

Porqué la vida –la verdadera– no es despertar, trabajar, cumplir con obligaciones y regresar al mismo lugar sin cuestionar nada.

Pero te has acostumbrado a seguir el camino ordinario, ese que nos susurra, ahora toca estudiar, después trabajar, formar una familia y jubilarte.

Y has olvidado preguntarte si es eso lo que realmente quieres, lo que deseas.

La cápsula –tu cápsula– se refuerza cada día con tu miedo a abrirte, a fracasar o a ser juzgado por los encapsulados –felices de serlo– que te rodean.

Tus pasiones se atesoran como frágiles objetos en un estante polvoriento, esperando una ocasión que rara vez llega.

En tu vida encapsulada, el riesgo es tu enemigo.

Evitas lo desconocido, lo espontáneo y todo aquello que amenaza con alterar tu aparente estabilidad.

Una decisión, cualquier decisión la afrontas con miedo o simplemente das un rodeo.

El tiempo juega a la contra, el correr de nuestro tiempo endurece esa cápsula y hace que romperla sea más improbable a cada día que pasa.

Entonces, ¿romper la capsula?

No es fácil, necesitarás coraje, explorar exhaustivamente tu interior y especialmente sinceridad.

Mirar frente a frente tu tristeza disfrazada de estabilidad y decidir que fuera estarás mejor, que es ahí fuera donde encontrarás espacio para tu crecimiento, para equivocarte, para reírte y sobretodo para vivir sin guiones prestados.

Basta con que abras una pequeña rendija, que tengas una conversación honesta, una caminata sin aparente destino, una carta manuscrita a alguien que la merezca.

Pequeños pasos pero poderosos que contribuirán a romper el sello de tu aislamiento, de tu particular cápsula, dejando así que se cuele el aire fresco, un aire que propiciará el regreso del color a tu vida, a tu vida real.

Será un nuevo comienzo en el que tu vida será menos perfecta, quizás más caótica, pero seguro que profundamente auténtica.

Y ese cambio, aunque duela, vale infinitamente más que una existencia estéril bajo un vidrio.

P.D.: Pásate al café de toda la vida.

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Javier Ledo Javier Ledo

Amar en la distancia

Esta mañana en un breve intercambio de opiniones –apenas tres o cuatro frases– saltó al aire una curiosa pregunta, y digo curiosa porque nunca he encontrado a nadie que haya dado un no por respuesta pero aún así la pregunta sigue en el aire.

¿Puede una persona ser fiel a su pareja en la distancia?

Todos los presentes corrieron a dar su rotunda opinión, un –contundente– si.

Una de las más importantes pruebas a que se pueden someter nuestros sentimientos es precisamente esta, es una situación que desafía nuestra paciencia y pone en evidencia nuestra confianza.

Esencialmente es una amor alimentado con esperanza, recuerdos compartidos y la promesa del reencuentro.

Es una relación construida con la dificultad que imprime la distancia pero que se asienta en la conexión emocional, en las palabras que viajan a través de mensajes, de llamadas, que se construye sobre silencios llenos de significados y con esa espera, –ese contacto discontinuo– que lejos de apagar la pasión parece encenderla aun más.

La lejanía nos llevará a una vorágine de sentimientos, por una parte la alegría cuando somos conscientes de que alguien nos ama, la saudade –añoranza– por esa ausencia a ratos, que en nuestra percepción se vuelven inmensos.

La desazón por ese tiempo que parece volverse espeso, lento, al no ser compartido con la persona a la que amas.

Las despedidas pueden ser desgarradoras pero hemos de poner el énfasis en los reencuentros, esos que seguramente nos encienden el alma,… y el cuerpo.

La distancia te enseña –y mucho– a valorar esos momentos que pasamos juntos, a apreciar lo que otras parejas ni se plantean, a vivir con más intensidad cada momento.

Hay una magia en esa manera de construir cada mensaje para que suene especial, en ese momento en el que una llamada se convierte en tu refugio, en tu lugar íntimo, incluso si te pilla en medio de la calle.

Cada pequeño gesto pasa a convertirse en un acto fundamental de afirmación de la relación.

Como podemos observar, la comunicación se convierte en la imprescindible pasarela que une los corazones y que ha de conseguir que los abrazos sean sustituidos por las palabras.

Amar en la distancia te enseña a sentir a tu pareja sin necesidad de tocarla.

Es una prueba de fortaleza emocional y no es fácil, la confianza ha de constituirse en un pilar fundamental en la relación, pero si ese amor es verdadero, cada kilómetro de separación lo verás, no como la distancia que te separa, sino como esa distancia que te une, que te lleva a un nuevo encuentro, en donde el amor se siente más intenso, más real.

En cuanto a la fidelidad hemos de recordar que nunca es una cuestión de obligación, la fidelidad es una elección consciente basada en el amor y en el respeto.

Cuando basamos una relación en sentimientos genuinos, la distancia se convierte en un reto superable y nunca en una barrera insalvable.

¿Alguien en su sano juicio puede pensar que algo tan terrenal como la geografía puede vencer al verdadero amor?

Amor, compromiso y confianza siempre saldrán vencedores ante la distancia.

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Javier Ledo Javier Ledo

Locuras

La tarde consumía sus últimos rayos de sol –era primavera– y recorrían el sendero que bordeaba un riachuelo de aguas cristalinas.

Se disipaban aquellos días de asueto recorriendo los Pirineos.

Caminaban en silencio, como queriendo atrapar aquellas últimas horas para eternizarlas en su interior.

Curiosamente aquel silencio estaba lleno de vida, en la naturaleza nunca el silencio es absoluto.

El murmullo del viento, el crujir de una rama, la alegría musical de una insospechada cascada.

En un pequeño recodo del camino pisaron inadvertidamente una pequeña roca realmente resbaladiza y lo que podría haber sido un baño en aquellas gélidas aguas se quedó en una suave caída sobre la hierba agarrándose el uno al otro.

Aprovecharon el resbalón para sentarse en la hierba y observar aquel maravilloso lugar.

No necesitaban mucho más para ser felices, lo importante era disfrutar del momento juntos.

Aquella pequeña escapada fue fruto de un arrebato, una locura de esas que surgen sin pensar, un “a que no te atreves” y cinco minutos después tenían todo organizado.

Quizá por eso mismo –por lo inesperado– aquel fin de semana en la montaña, aquellas infinitas horas totalmente solos fueron un deleite para sus almas.

Aquellos días –al mismo tiempo– locos y apacibles recorrieron maravillosos lugares, viejos pueblos casi fantasmas, pasaron noches deleitándose con cielos cubiertos de estrellas y combatían la suave brisa nocturna fundidos en un estrecho abrazo.

Desde que hicieron aquel –inesperado– viaje se propusieron que al menos una vez al mes debieran realizar una locura, algo inesperado.

Y tu, ¿tienes a alguien que haga locuras por ti? ¿Que haga locuras contigo?

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Javier Ledo Javier Ledo

Un privilegio

Un corazón ocupado no entiende de tiempos, no entiende de distancias.

¿Alguien ocupa tu corazón?

Cuando esto sucede, esa “presencia” te marca de un modo especial, único.

Te despierta intensas emociones , te inspira.

Muy pocas cosas en la vida son tan valiosas como sentir y ser sentido por alguien más.

Cuando tu corazón está ocupado pareciera que lleves un rayo de sol siempre contigo, un cálido sentimiento que puede iluminar tus peores días.

Si vives esa suerte verás como tu vida resplandece, verás como momentos –anodinos para otros– para ti se vuelven mágicos y los más íntimos detalles cobran un profundo significado.

Un corazón ocupado es un corazón vivo, vibrante, sin miedo.

Amanece cada día con una especial ilusión pues sabe que hay alguien que da un especial sentido a su vida.

Aprendes a apreciar la belleza en lo simple, en esa mirada cómplice, en ese momento en el que entrelazas tu mano con la suya.

Un mensaje inesperado, repentino, nos hace entender que somos importantes para alguien.

También existen riesgos, –importantes riesgos– porque amar es exponerse, es confiar, es desnudar el alma en cada momento compartido.

En un mundo abrumado por la indiferencia tener el corazón ocupado es un privilegio.

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Javier Ledo Javier Ledo

Ahí estas, a la vuelta de la esquina

Nuestra vida está repleta de momentos en los que todo parece estar a punto de cambiar.

Esa sensación –ese momento– de que se acerca lo inesperado, de que algo grande nos acecha a la vuelta de la esquina, puede ser aterradora, emocionante o tremendamente ilusionante.

A la vuelta de la esquina, esa expresión que fusiona la esperanza y el misterio de un futuro inminente.

Si la espera es ilusionante, esta frase se llena de una especial calidez.

A la vuelta de la esquina

Tras esa esquina puedes encontrar un nuevo comienzo, una oportunidad inesperada o el final de momentos difíciles.

La magia de esta expresión –lo que nos esconde– es que todo avanza, nuestras vidas cambian constantemente y siempre hay algo más esperándonos un poco más adelante, a la vuelta de la esquina.

Y esta íntima posibilidad de encontrar algo nuevo es lo que hace hermosa nuestra vida.

Y siempre emocionante, misteriosa, una pagina en blanco llena de posibilidades, llena de ilusiones, nuevas relaciones, conversaciones y confidencias.

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Javier Ledo Javier Ledo

Sentirnos vivos

En lo más profundo de nuestro ser arde un fuego incontrolable, una fuerza que nos mueve, nos consume y nos transforma, una energía intensa que nos espolea para que nos entreguemos sin reservas a otra persona.

Barranco de los enamorados

La pasión del amor.

Las miradas, las caricias, cada palabra componen un universo de emociones cuando amamos con pasión.

La necesidad de la cercanía, la urgencia de compartir momentos, el deseo de la piel, su aroma, su voz, es así como se hace visible la pasión.

Ese escalofrío eléctrico que recorre tu cuerpo por un breve roce, esa emoción que roba nuestro aliento con un simple beso.

Es la pasión la que empuja a dos personas a buscarse sin importar la distancia, el tiempo o los obstáculos.

Como fuego incontrolable que es, la pasión puede convertirse en un fuego que lo arrase todo.

La intensidad desmedida, la obsesión pueden convertir la pasión en sufrimiento.

El amor verdadero no es solamente pasión, necesita una dosis de equilibrio para no perderse en el otro, para construir una profunda y valiosa conexión.

No se trata únicamente del deseo físico, sino de la conexión emocional y espiritual que reúne dos almas.

El impulso del verdadero amor es la pasión combinado con ternura, confianza y compromiso.

Solamente de esta manera conseguimos que no se extinga la pasión y se transforme en una eterna llama que de calor a nuestras almas y sentido a nuestras vidas.

Sin pasión, el amor se convierte en un pálido reflejo de lo que podría ser.

Nos arriesgamos, nos entregamos y nos dejamos llevar por esa fuerza arrolladora que nos recuerda –a cada instante– que estamos aquí para amar y para vivir con intensidad.

El amor es pasión porque –ese fuego incontrolable– nos hace sentirnos vivos.

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Javier Ledo Javier Ledo

Te veo, no puedes esconderte

Te has refugiado en las sombras, en la calculada indiferencia o en esa frialdad que te hace encantadora.

Un lugar único adonde siempre volver

Pero no consigues esconderte de mi, siempre aparece ese hilo suelto, esa grieta en tu disfraz que consigo atisbar.

Estoy seguro de que no es obsesión, más bien destino.

Las huellas –tus huellas– esas que –infructuosamente– intentas borrar y se convierten en apenas un susurro del viento, un eco en la oscura noche, nos son invisibles para mi.

La distancia no nos protege del amor, sobre todo cuando significas algo para alguien o significa algo para ti.

Más allá de cada momento, más allá de cada instante a tu lado nos interpela el futuro.

Esconderse resulta una opción de lo más sencilla, aunque no es más que un breve paréntesis en esta batalla hacia una merecida victoria.

Si no afrontamos lo que nos inquieta, nuestra ansiedad crece, la culpa nos aplasta y el temor se convierte en el más grande de los monstruos imaginables.

Enfrentar los miedos te llevará a descubrir que –éstos– no eran tan invencibles como parecían.

Combate lo que te aterra, y verás que al otro lado de tus miedos está la libertad.

En la huida no radica el verdadero coraje, sino en la aceptación de que somos imperfectos, que fallamos, que sentimos miedo.

Solamente existe una manera real de liberarnos de aquello que nos atormenta y no es otra que atravesándolo.

La vida es demasiado corta para vivir a la sombra del miedo.

Te crees invisible, pero no puedes ocultarte de lo inevitable.

Te veo.

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Javier Ledo Javier Ledo

Un rincón en cada casa

A diario pasamos de largo por ese mueble, esa cómoda o por ese estante que alberga aquella cajita de madera que -más grande o más pequeña– existe en todas las casas.

La caja de los recuerdos.

Es verdad que la tenemos olvidada –la visitamos poco– o no queremos recordarla.

De madera, marcada por los años, a veces desvencijada pero insustituible.

Y dentro, se apiñan fragmentos de nuestra vida.

Viejas cartas, escritos que alguien nos dedicó un día, fotos que desafían nuestra memoria, aquella postal que nos hace presentes en un lejano lugar, un viejo billete de algún país exótico o las entradas de aquel concierto tan especial.

Todo se agolpa en esa caja, un gran contenedor de emociones, memorias y nostalgia.

Cada uno de esos objetos son retazos de nuestra historia, retales de un puzzle vital al que aferrarnos en ciertos momentos.

Una vieja carta puede evocar un amor del pasado, aquella fotografía casi sepia trae de vuelta esa amistad lejana o un billete de tren que te lleva a recorrer –otra vez– aquellos pequeños pueblos de tu infancia.

En ese espacio –tan íntimo– nuestros momentos especiales se encuentran protegidos del tiempo.

Revisar esa caja –lo que atesora– nos acerca alegrías, tristezas o inspiración.

Esa minúscula caja representa una pasarela entre el pasado y el presente, una manera de conexión entre aquello que fuimos y aquello que queremos ser.

Y aunque los tiempos digitales han arrinconado nuestras cajas de madera, esa breve caja física conserva un especial encanto.

Tocar un viejo objeto, percibir su textura o su aroma nunca podrá ser sustituido por las modernas tecnologías.

Si aún no tienes tu propia caja de recuerdos deberías apresurarte a ello.

Preservarás la esencia de tu vida, irás dejando bonitas huellas para el futuro.

El tiempo convertirá esa pequeña caja en un tesoro de incalculable valor.

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Javier Ledo Javier Ledo

Los pasillos del alma

Un sueño, una canción que nos conmueve, palabras que acarician profundas fibras de nuestro ser.

Un silencio que nos enfrenta con aquel suceso que evitamos mirar de frente.

De esta forma se nos muestra lo que esconden los recovecos del alma.

La introspección –la exploración– de estos recovecos nos adentra en lo desconocido dentro de nosotros mismos.

En todos esos rincones se acumulan heridas del pasado, amores olvidados, palabras que nunca tuvimos el valor de pronunciar, los sueños perdidos.

Pero también se encuentran en esos escondrijos, nuestras esperanzas, nuestra creatividad y ese recóndito lugar donde se gestan nuestras más autenticas emociones.

Estos espacios –invisibles– son abrumadoramente reales.

Cada recoveco alberga un pequeño universo en nuestro interior a la espera de que seamos capaces de descubrirlos y tengamos la suficiente serenidad para comprenderlos.

Esos rincones, –esos recovecos– se interconectan a través de los pasillos del alma, corredores invisibles que transitamos en soledad buscando respuestas en nuestro interior.

También recorremos estos pasadizos cuando el peso de la vida nos presenta como única opción una mirada hacia nuestro interior.

Al atravesarlos encontraremos infinidad de puertas cerradas, muchas de las cuales nunca nos atreveremos a abrir.

Aquellas de las que logres vislumbrar su interior te interpelarán, te ayudarán a comprender tu vida y te reconciliarán con tu propia historia.

Pero estos pasillos no solo son lugares de introspección, también cumplen una función de interconexión.

Recorriendo estos senderos conseguimos abrirnos a nuestro entorno, compartir nuestras más auténticas emociones y podemos permitir que otros caminen a nuestro lado.

Esos recovecos –tan nuestros– pueden ser compartidos aunque no es nada fácil.

Si lo permitimos, si dejamos que alguien más vea lo que ocultan nuestras puertas cerradas estaremos creando lazos emocionales verdaderamente profundos y verdaderos.

Cuando recorres los pasillos de tu alma te encuentras inmerso en un viaje infinito en el que siempre encontrarás nuevas puertas tras las cuales se atesoran nuevos recuerdos, nuevas emociones, nueva vida.

Al recorrer los pasillos de nuestra alma vivimos con mayor autenticidad, aceptamos nuestra complejidad y en ese tránsito encontramos la esencia de quienes somos en realidad.

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Javier Ledo Javier Ledo

Las marcas del alma

Cada trazo es una historia, un destello de sonrisas compartidas, lágrimas derramadas y noches de vigilia.

Esos trazos –las arrugas– no son más que la huella del tiempo sobre tu piel.

Son el silencioso testimonio de tus emociones vividas.

Si has amado intensamente, tus trazos configuran un mapa que señalará tus experiencias, ahí –en cada pliegue– encontraremos el profundo eco de un beso, una caricia o una promesa cumplida.

El amor, –al igual que el tiempo– deja profundos surcos y no solamente en tu piel, sino en el alma.

Si has amado profundamente serás testigo de como el paso del tiempo no solamente transforma tu cuerpo, sino también tu manera de sentir.

Las arrugas –tus arrugas– no son un signo de decadencia, sino de entrega.

Esos “trazos” en tu rostro nos demuestran que has reído hasta la extenuación, has fruncido el ceño con sinceras preocupaciones y has tenido la maravillosa oportunidad de –entrecerrando tus ojos– mirar tiernamente a quien amas.

Las arrugas se presentan sin pedir permiso y en ellas se almacena la riqueza de lo vivido.

Aceptar el discurrir del tiempo, respetar cada etapa y disfrutar de la belleza de esas marcas que se nos van dibujando es amar la vida.

La belleza no se mide en cuan tersa se mantenga nuestra piel, más bien en la profundidad de una mirada sincera y la calidez del alma.

Nuestras arrugas –nuestros trazos– son inseparables del amor.

Esos trazos –esculpidos en nuestra piel– conforman un sincero diario que aquella persona que te ama sabrá descifrar y respetar.

Cuando alguien realmente te quiere, amará cada una de tus arrugas, cada una de tus pecas y no habrá nada que encuentre más bello y hermoso.

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Javier Ledo Javier Ledo

Nuestra música

Nuestro lenguaje –en todo su esplendor– en ciertos momentos se siente incapaz para expresar todo aquello que sentimos en lo más profundo del alma.

Existen emociones tan profundas, tan complejas o tan fugaces que las palabras no alcanzan a capturar.

Central Park

Cuando esto nos ocurre, es la música la que viene en nuestro socorro, la que se transmuta en puente que nos enlaza con lo incomprensible.

Júbilo, desconsuelo, saudade o ilusión, todo puede ser expresado y transmitido con la música sin necesidad de más explicaciones.

A miles de kilómetros una melodía puede transmitir a cualquier desconocido como nos sentimos en ese exacto momento.

La música consigue hacer vibrar nuestros corazones de una manera única.

Allí donde nuestras palabras se debilitan, es la música la que habla.

En la aflicción sin consuelo posible, en esos instantes donde sobran las explicaciones del amor, o en los momentos de las más desbordantes emociones, es la música la que siempre nos acompaña.

Basta un sólo acorde, una sola nota para revivir nuestros más lejanos –y casi olvidados– recuerdos o llevarnos en volandas a décadas atrás en el tiempo.

La música es –indiscutiblemente– una de las más poderosas formas de expresión.

¿Quien no tiene una o varias canciones fetiche?, melodías que nos protegen de lo áspera que resulta a veces nuestra vida.

La música enlaza nuestras vidas a profundos niveles sin necesidad de discursos, sin barreras ni traducciones.

Cuando sentimos que nuestras palabras no son suficientes, cuando nos parecen pequeñas o insignificantes, cuando nos atenaza lo inexpresable del silencio, raptamos alguna ajena melodía para que se convierta en nuestra voz y –de esta manera– comunicar nuestros sentimientos.

Aquí, cada ramillete de letras va –siempre– acompañado de una cariñosa elección musical porqué la música es uno de los sustentos del alma.

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Javier Ledo Javier Ledo

Susurro de amor

En un solo gesto podemos apresar la insondable profundidad de los sentimientos, la emoción de un instante y un corazón sincero.

Al igual que los versos de un poema donde cada uno tiene su propio ritmo, su exclusiva cadencia y su significado, oculto o de una sutil evidencia, no encontraremos nunca dos besos iguales.

En este lenguaje sin palabras, nuestros labios se convierten en dulces versos que se escriben sobre la piel de quien amas.

Un susurro de amor, un grito apasionado o una silenciosa lágrima de despedida, todo puede expresarse con ese beso deseado.

No existen dos iguales, con ellos puedes describir tu primer amor, la ternura infinita de una madre, el reencuentro que anhelas o un deseo ardoroso e incontrolable.

La poesía ha intentado –sin conseguirlo– describirlos, pero un beso no puede calificarse con palabras, un beso va mucho más allá.

Promesas silenciosas, puentes entre almas, refugios íntimos en los cuales desaparece el resto del mundo.

En el interior de cada beso encontraremos siglos de poesía, la magia de la más poderosa brujería y la esencia de los suspiros.

Los poemas elevan la palabras a la categoría de arte y provocan en nosotros sentimientos difícilmente explicables.

Para convertir un momento –un instante– en eternidad, basta con un solo beso.

Ese beso con el que tocamos lo intangible y sentimos lo inexplicable se convierte en el eco de nuestros enamorados latidos y en una apasionada melodía.

En muchas ocasiones expresan lo que nuestro corazón no atina a decir.

Basta un breve roce para describir la historia de un amor o sellar el recuerdo de una despedida.

Los besos –un susurro de amor– son el poema del alma.

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Javier Ledo Javier Ledo

Piel

Nuestra piel –una frontera– una orilla que acarician otras pieles.

Nuestra piel, mudo testigo, de nuestro deseo, nuestro miedo y nuestras más profundas emociones.

Un inmenso puente que comunica nuestro interior con el resto del mundo.

Un roce, una caricia, pueden estremecer nuestra vida.

Un escalofrío que recorre tu espalda, el temblor excitado de tus dedos al posarse por primera vez sobre su piel.

El lenguaje de la piel –en la intimidad– se transforma en un abrumador y silencioso diálogo, en donde cada roce, cada arañazo y cada beso atesoran profundos significados.

Un abrazo –piel con piel– te reconfortará más que mil palabras por muy bien escritas que estén.

La sutileza del lenguaje de la piel supera a cualquier otro, frío, calor, deseo, anhelo, ningún sentimiento escapa a su amplio vocabulario.

Nuestra piel nos convoca a escuchar con nuestros sentidos, a prestar atención a esos mensajes sutiles que pocas veces consiguen ser expresados por nuestras palabras.

Mensajes que albergan –en si mismos– el poder de sellar nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestra memoria por siempre.

En su silencioso –sutil– lenguaje, cuando la piel susurra el tiempo se desvanece.

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Javier Ledo Javier Ledo

Saudade

El mundo –tu mundo– puede sentirse frío, gélido en ocasiones cuando eres consciente de que nadie te espera.

La soledad se revela en la más cruda de sus formas cuando te embarga la sensación de no tener quien aguarde tu llegada, nadie que se preocupe por como te encuentras o que celebre tus aciertos y triunfos.

La sensación de vacío puede volverse abrumadora al no encontrar en ciertos momentos una sonrisa cercana o un reparador abrazo.

La mera presencia física no siempre te hace sentirte acompañado, la compañía es básicamente un lazo emocional que llena de sentido tu vida.

Hay momentos en los que la vida nos sitúa en caminos solitarios –travesías por nuestro particular desierto– que favorecen la introspección y el aprendizaje.

Aprendemos a valorar nuestra propia presencia y descubrimos que ante la indiferencia social, somos nosotros mismos nuestro propio refugio.

Somos nosotros mismos nuestra compañía más importante.

Esta situación no debe afectar a nuestro ánimo, ya estamos más que acostumbrados a que la vida es un devenir de sorpresas y ninguna situación suele perpetuarse indefinidamente, ni siquiera las buenas.

Las conexiones humanas son totalmente impredecibles y la esperanza es el sentimiento que debe prevalecer en esos momentos.

Cuando nadie te espera tienes ante ti todo un mundo de oportunidades, eres libre, sin ataduras y tienes la ocasión de desarrollar tus pasiones, tus emociones.

En ese camino, que suele presentarse varias veces en nuestra vida, más pronto que tarde aparecerán esas personas com las que compartir tu vida y no será porque lo necesites con desesperación, sino porque durante esa travesía has aprendido a vivir con plenitud tu propia vida.

La soledad no debe transformarse en una sombra persistente que desenfoque nuestra propia vida.

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Javier Ledo Javier Ledo

Solamente un minuto

Todo por un minuto, a veces lo daríamos todo por un minuto compartido.

El tiempo –fugaz– por momentos se vuelve eterno en un solo minuto de felicidad.

Ese minuto puede valer una eternidad pues en él podemos condensar la fuerza de mil recuerdos, la dulzura de una deseada caricia o la emoción de un beso esperado.

Esos sesenta segundos pueden ser el resultado de la súplica de un amante desesperado ante la inminencia de la despedida.

Un breve encuentro con alguien especial, una última mirada a cambio de “todo”.

Un solo minuto puede parecernos insignificante pero en algunos momentos estaríamos dispuestos a arriesgarlo todo por ese último minuto.

Ese último minuto –fugaz– nos recuerda lo efímero que resulta el tiempo, el momento que vivimos y la importancia de valorar cada instante, la importancia de no perder un solo minuto de nuestra vida.

La vida es urgente.

La música, a menudo da cuenta de la urgencia del tiempo y de la también acuciante necesidad de aprovechar cada décima de segundo al lado de la persona amada.

Desencuentros, equívocos, errores, indecisiones, cuantas situaciones no podríamos resolver si dispusiésemos de ese minuto de gracia.

Todo por un minuto es una llamada imperativa a reflexionar sobre nuestras prioridades.

La rutina, nuestra forma de vida nos llevan a olvidar que solamente un minuto de dedicación, un solo minuto puede marcar la diferencia en la vida de alguien cercano.

Todo por un minuto contigo nos recuerda la potente intensidad de nuestros sentimientos.

Si alguien es realmente importante en nuestras vidas no medidos el tiempo en días ni en horas, sino en momentos.

Si un solo minuto puede llenarnos de felicidad quizá valga la pena darlo todo por ese minuto… contigo.

P.D.: El tiempo está en peligro.

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