Regreso
El punto de encuentro de nuestros amigos este sábado no iba a ser como siempre su terraza preferida en la Puerta del Sol.
Durante la semana –vía grupo de WhatsApp– se habían puesto de acuerdo en ir todos juntos a Chamartín, comer en uno de sus restaurantes y despedir a Luis que salía esa misma tarde rumbo a Santiago.
Así que a las dos de la tarde se dieron cita en la estación, todos menos Xavi que pasaba el fin de semana en Barcelona echando unas horas extra corrigiendo exámenes.
La ley de educación seguía siendo la misma pero las “recomendaciones” del Ministerio competente habían provocado la reaparición de los –ahora– omnipresentes exámenes y la constancia y el rigor de las calificaciones estaba saturando al profesorado y provocando el aumento de las deserciones entre el alumnado.
Llegaron como tenían previsto a las dos –en estos momentos ser puntual se había convertido en algo imprescindible– y se dirigieron directamente al restaurante elegido.
La decoración tenía un toque minimalista exquisito, formas rectas, colores muy claros y una iluminación impresionante, todo ello rodeado de unas magníficas cristaleras que dejaban ver una gran parte de la ciudad.
Se dirigieron a la mesa que el maitre les asignó y una vez que se hubieron sentado y se quedaron a solas, Carmen –que buscaba como rayos sentarse cómodamente– soltó; todo muy bonito pero las sillas no están a la altura, y los demás le dieron la razón.
Como se entremezclaban varias sensibilidades gastronómicas, al poco rato convivían en la mesa unas croquetas de jamón, una ensalada con setas, espárragos al grill, un par de chuletones de Avila y algún que otro picoteo más, todo ello regado por un albariño joven recomendado por el camarero que les atendía.
Carlos decidió compartir con el grupo el rumor –cada día mas intenso– de que se iba a promover la redacción de una nueva Constitución para dar cobertura a todos los cambios legislativos que se estaban produciendo de facto.
Ninguno parecía creerse lo que habían oído, o más bien lo que les ocurría es que no querían creérselo y tampoco acertaban a imaginar que podría hacer la ciudadanía para revertir todo lo que estaba ocurriendo.
Acabaron de comer y como el tren tenía su salida a media tarde se dieron un paseo por el interior de la estación visitando algunas tiendas de paso que se dirigían hacia una de las cafeterías.
Se acomodaron en la cafetería y pidieron unos cafés y algunas copas.
Aunque la situación del país era cada vez más extraña, intentaban olvidarla –al menos momentáneamente– para intentar seguir con sus vidas con “normalidad”.
Luis explicó al resto el proyecto que Antonio estaba preparando para exponer en Bilbao y les ofreció conseguirles entradas si se animaban a ir.
Lo comentaron durante un rato y como a todos le vendría bien salir de Madrid para despejarse un poco del ambiente rancio que se estaba apoderando de la ciudad decidieron que si, que irían un fin de semana a airearse un poco y de paso a deleitarse con la obra de Antonio.
Carmen telefoneó a Xavi y le contó el plan para ver si podía organizarse e ir con ellos, y aunque él tenía que revisar su programación le prometió que haría todo lo posible para estar disponible ese fin de semana porque estaba deseando volver a verla.
La distancia les había enseñado que era importante cuidar y brindar apoyo emocional a la otra persona y ellos lo estaban consiguiendo manteniendo una comunicación constante y aprovechando todas las oportunidades que se les presentaban para reunirse.
Carmen se despidió con un beso y quedó en llamarle mas tarde, ya desde casa.
Le confirmaron entonces a Luis que si, que entradas para todos y que se verían en Bilbao dentro de un mes.
Le acompañaron hasta el control y entre besos y abrazos todos le desearon mucha suerte y le advirtieron que fuese precavido durante el viaje.
Pidieron un taxi y se fueron a sus casas.
Carmen inició su videoconferencia con Xavi, María y Juan no quisieron desaprovechar la noche del sábado y corrieron a su alcoba y en el último momento Ana y Carlos decidieron irse a un local nocturno, famoso por su programación de música cubana.
Luis
La primavera madrileña se caracteriza por sus frecuentes cambios de humor, a veces alegre con un sol radiante y un rato después su ánimo decaía bajo un gran chaparrón.
Anochecía y acababa de caer la mundial sin previo aviso, Luis –que estaba calado hasta los huesos– intentaba llegar hasta la calle Mayor desde la Plaza de España.
Conocía al dedillo aquellas callejuelas desde niño –se había criado allí mismo– y escogió la ruta más discreta y poco iluminada posible.
Cada veinte pasos volvía su mirada atrás para comprobar que nadie le seguía. Su expresión no dejaba lugar a dudas, estaba realmente atemorizado y era por eso que necesitaba llegar a su destino, a su único lugar seguro en aquella ciudad.
Después de media hora de requiebros por aquellas viejas calles de piedra, siempre alerta, siempre vigilante, por fin se encontraba en la calle Mayor a la altura del número once.
Se situó en la acera de enfrente y esperó unos diez minutos comprobando el discurrir de las personas calle arriba y calle abajo, no quería que nadie pudiese vincularlo con el portal al que quería acceder.
Una vez que tuvo claro que nadie le había seguido y que a los transeúntes su presencia le resultaba indiferente cruzó la calle apresuradamente y pulsó el botón del Atico A.
Bajó su cabeza encapuchada escondiendo su cara para no ser reconocido a la espera de que le abrieran el portal.
De pronto sonó la voz adormilada de María; ¿quién es? se escuchó.
Luis –sin alzar mucho la voz le contestó– soy yo, tu hermano.
Carlos y Ana llevaban esperando una media hora en la cola del teatro Arlequín, habían decidido ir aquella noche a ver al humorista de moda en Madrid, era de los pocos que habían aguantado el nuevo sistema de censura previa aunque a costa de rebajar el tono del lenguaje utilizado.
Solamente habían conseguido dos entradas después de tres meses al acecho y sus amigos tendrían que esperar una mejor ocasión.
María estaba realmente sorprendida, ¿su hermano en Madrid? ¡pero si vivía en Santiago de Compostela!
Abrió la puerta y allí estaba Luis. Le dio un amoroso abrazo y enseguida se dio cuenta de que estaba empapado. Le hizo pasar y él cerró la puerta tras de si. Estaba a salvo.
En pleno curso académico era muy inusual que su hermano viniera a visitarla a Madrid, había que tener en cuenta que era Catedrático de Historia y ejercía en la Universidad de Santiago de Compostela y esto le suponía faltar a su puesto de trabajo.
María esperaba una explicación urgente porque por la forma en que se había presentado y el nivel de nerviosismo que mostraba, intuía que algo malo estaba pasando.
Además había venido solo –algo insólito– cuando siempre le acompañaba Antonio –su pareja–.
Se sentaron con un café caliente delante y Luis comenzó a explicarle la situación.
El cambio que se estaba experimentando en la Administración –representada por la Guardia Nacional– iba acorralando poco a poco a las minorías de todo tipo y en lo concerniente al colectivo gay, la marea reaccionaria se estaba convirtiendo en un tsunami.
En el imaginario popular se decía que se había reabierto el Hospital de Conxo como centro psiquiátrico y que allí estaban encerrando a algunos destacados activistas del movimiento gay.
Luis por su posición –un catedrático de renombre– estaba constantemente controlado por la Guardia Nacional pero por el momento era intocable.
El pasado fin de semana Luis y sus amigos estaban de camino a sus casas –en la parte alta de la zona vieja de la ciudad– cuando se tropezaron en la Plaza de la Quintana, –para quien no la conozca es una plaza cuadrada con entradas por sus cuatro esquinas, y fácilmente controlable por los guardias–, con un destacamento de la Guardia Nacional y los insultos y vejaciones de estos desembocaron en un batalla campal.
Hubo varios detenidos y un Guardia malherido.
En medio de la confusión generada Luis consiguió escapar y esperaba que ninguno de los Guardias Nacionales lo hubiese reconocido.
Al día siguiente solicitó unos días libres en su Facultad y salió –con un salvoconducto que siempre tenía al día– hacía Madrid.
Pretendía pasar unos días en casa de su hermana hasta que se calmaran las aguas en Santiago.
María no daba crédito a lo que estaba ocurriendo y sobretodo la rapidez con la que se estaban generando todos estos cambios en el país.
El control de la Guardia Nacional se extendía implacable por todo el territorio nacional y la convivencia se iba haciendo cada día mas difícil y el ambiente mas irrespirable.
La vida sigue
Necesitaban su tiempo, más tiempo uno al lado del otro y dadas las circunstancias y los problemas para desplazarse tenían que exprimir al máximo las horas que le quedaban a aquel domingo.
Habían declinado la invitación de sus amigos para poder pasar este día ellos solos, sin planes definidos, sin ningún lugar que visitar, solamente estar juntos y deambular por la ciudad disfrutando de sus vidas.
Un par de años antes hubiesen estado en algún remoto lugar gozando de alguna experiencia única como volar en parapente, haciendo escalada o montando en globo, sin embargo ahora –después de todo lo ocurrido– comprendieron que lo único realmente importante, no era lo que hacían, sino hacerlo juntos, unidos.
Por eso el mero hecho de poder pasear tranquilamente cogidos de la mano les parecía algo maravilloso.
Disfrutar de lo simple al lado de la persona que quieres y que te importa.
La noche anterior el Uber hizo solo dos paradas, la primera para dejar a Carmen y Xavi en su casa y la segunda –imprevista– fue en casa de Ana.
Fue una decisión casi espontánea, cuando el coche se paró delante de su casa Ana se volvió hacia Carlos y acercándose a él –evitando que el conductor la escuchase– le susurró al oído; quédate esta noche.
Se despidieron del conductor y entraron en el portal.
Ana vivía en un décimo piso y el ascensor era lento, demasiado lento y para cuando se abrieron las puertas nadie salió de el.
La casualidad –o la fatalidad– puso a la señora Josefa –vecina de Ana– justo en aquel momento delante de la puerta del ascensor con la bolsa de basura en la mano y acertó a gozar del espectáculo que se desplegaba ante sus ojos.
Los rizos pelirrojos de Ana –delicadamente alborotados– caían sobre su cara y –aún vestidos– los dos estaban enlazados en un abrazo repleto de pasión y sensualidad.
Al ver a su vecina, Ana se recompuso enseguida y visiblemente ruborizada arrastró a Carlos cogiéndolo de la mano al interior de su casa y una vez se hubo cerrado aquella puerta se desbordaron sentimientos, afectos y emociones largamente sofocados en su interior.
A duras penas consiguieron recorrer el largo pasillo hasta llegar a la última habitación al fondo de la casa.
Allí –en esa habitación– se acabaron fundiendo en un largo baile de abrazos, besos y caricias que se prolongaron durante horas.
Si, daba la impresión de que se habían enamorado.
Eran las diez de la mañana, Juan y María esperaban en la nueva chocolatería del Pasadizo de San Ginés para desayunar con Ana y Carlos.
Habían quedado allí para luego acercarse a la Fuente de Neptuno para asistir a una exhibición de Fórmula I en la que estarían –luciendo sus coches y habilidades– el mexicano Checo Pérez y nuestro Fernando Alonso.
Diez y media, sonó el móvil, era Carlos disculpándose por la tardanza. Venían de camino.
Cuando colgó –Juan– esbozó una sonrisa y le comentó a María; parece que estos dos han tenido una noche movidita, me alegro por ellos, la verdad.
Quince minutos después –doblando la esquina– aparecía la nueva pareja cogidos de la mano, sonrientes y evidentemente felices.
Se saludaron y enseguida Ana hizo un aparte con María y le contó algo de lo que había ocurrido anoche.
María le dio un gran abrazo y se alegró al ver a su amiga realmente feliz después de tanto tiempo.
Como buenos amigos que eran los cuatro siguieron charlando y cuando salió a colación doña Josefa y el ascensor se partían de risa al imaginar como a la pobre señora parecían salírsele los ojos de las órbitas.
Los churros y el chocolate no se podían comparar a los de la antigua San Ginés pero era lo que había.
Salieron hacia Neptuno, iban caminando Ana y María delante y los chicos detrás.
Carlos le iba comentando a su amigo que había tenido mucha suerte con Ana y que a medida que la había ido conociendo durante estos dos últimos años se había enamorado sin remedio.
Ya iban tarde y en consecuencia no consiguieron un buen sitio para ver el espectáculo pero se lo pasaron bien de todos modos.
Tenían ante si al último Campeón del mundo de Fórmula I –Alonso– y el subcampeón –Pérez– en dos mil veinticinco fue la primera vez en la historia que los dos primeros clasificados eran hispanoamericanos, un nuevo hito para el deporte español.
Las diez de la noche, Carmen y Xavi entraban –con evidente desgana– en la estación de Atocha, a las diez y media salía el último AVE para Barcelona.
De pronto, tras una columna emergieron –por sorpresa– sus cuatro amigos que venían a despedirse y de paso a acompañar a Carmen a su casa.
Se abrazaron los seis y agradecieron el magnífico fin de semana que habían podido disfrutar todos juntos.
Xavi les adelantó que su traslado estaba bastante avanzado y que pudiera ser que en la próxima visita pudiese quedarse definitivamente lo que supuso una gran noticia para cerrar aquel fin de semana.
En el último momento todos se gritaron ¡que volvamos a vernos!
El cambio
Había pasado ya media hora desde que llegaron a la terraza y pidieron unos refrescos, eso suponía que les quedaba una hora hasta que tuvieran que irse.
El nuevo Ministerio de Industria y Comercio controlaba directamente la política de horarios en los locales públicos y se establecía un máximo de tiempo de estancia para el consumo, una hora y media.
Siguieron comentando los acontecimientos del día y Juan –bajando la voz– comenzó a contarles algo difícil de creer.
Su empresa acaba de recibir un extraño pedido desde el Ministerio del Interior y con un plazo de entrega imposible; un mes.
Pararon todos los proyectos en marcha lo que significó muchas llamadas a clientes explicándoles lo sucedido y provoco muchos enfados y algunas cancelaciones.
El encargo consistía en diseñar una aplicación informática por cada uno de los ministerios existentes –es decir once apps– todas ellas conformadas en tres secciones, una sección con un sistema de acceso público para introducción y registro de datos, otra de acceso restringido a los comandos de control desplegados en cada sector y una tercera de acceso exclusivo a los servicios de tratamiento de datos de Presidencia.
Una locura –comentó Juan– de esta forma el Gobierno tendrá un control absoluto –y en tiempo real– de toda la población.
¿Pero como había llegado el país hasta aquí?
Después de las elecciones de octubre de dos mil veinticuatro se desató una lucha titánica entres los dos cabezas de lista de la derecha y la extrema derecha, pugnando ambos por la Presidencia del país.
Ante la negativa del candidato de la derecha a conformarse con la vicepresidencia y los extremistas amenazando con la repetición de comicios, intervino –una vez más– su vicepresidenta –con la connivencia de su ejecutiva nacional– destituyendo a su jefe y postulándose ella misma como nueva presidenta de su partido.
Ella aceptó los términos de una capitulación que sumiría al país en una grave crisis, sobretodo moral.
De esta forma fue nombrada vicepresidenta en un Gobierno presidido por la extrema derecha.
Fue así como tomaron el control del país los ultraderechistas.
Se acercaba el límite de tiempo y tenían que cambiar de cafetería si no querían tener un problema con la Guardia Nacional.
Ya que estaban todos reunidos por primera vez desde hacía meses decidieron irse a comer todos juntos y se encaminaron hacia una pizzeria cercana.
Cruzando Puerta del Sol se fijaron de que forma había cambiado la fisonomía de la ciudad.
Las balconadas de los edificios oficiales lucían –al lado de la bandera de España– unas banderolas con los símbolos del partido en el poder. Algo inaudito si estuviesen viviendo en un sistema democrático al uso.
Por la plaza patrullaban una docena de efectivos de la Guardia Nacional –fuertemente armados– reforzados por otros tantos agentes de la Policía Municipal, algo a todas luces excesivo pero típico del Estado policial en que se iba convirtiendo España mes a mes.
A su izquierda el antiguo edificio que albergaba la Store de Apple permanecía cerrado y con sus ventanas tapiadas. Hacía ya seis meses que la multinacional se había retirado del país dejando en la calle a todos su empleados repartidos por varias ciudades aunque lo que se rumoreaba es que les habían indemnizado muy generosamente y comprometiéndose a volver si la situación política mejoraba.
El bullicio de antaño había desaparecido, no había vendedores ambulantes, ni artistas callejeros amenizando la mañana, ni payasos, ni mimos,… nada, la nada más absoluta.
En poco tiempo el centro de la capital se había convertido en una ciudad de calles grises y silenciosas, con cientos de personas –también silenciosas– que pululaban con indisimulado nerviosismo ante tanto despliegue policial e intentando llegar lo mas rápidamente posible a su destino.
Juan, María y el resto del grupo también pertenecían a esta nueva especie de población atemorizada y siempre atenta a no dar un mal paso ante alguna autoridad de medio pelo.
Camino de la pizzería pasaron por el Pasadizo de San Ginés, donde había estado ubicada la chocolatería mas famosa de la capital que con ciento treinta y dos años de antigüedad había caído en desgracia.
Alguien muy cercano a los nuevos mandatarios pidió algún favor y de pronto el establecimiento comenzó a tener problemas de permisos, autorizaciones y altercados –posiblemente provocados– con intervención directa de la Guardia Nacional y cedió a la presión.
El siete de enero de dos mil veintiséis –quisieron celebrar una ultima navidad con sus clientes– cerraron sus puertas definitivamente.
Tres días después alguien compró el local y abrió la primera chocolatería del nuevo régimen.
Llegaron por fin a la pizzería elegida y una vez dentro consiguieron respirar con mas tranquilidad.
Allí el reloj volvió a iniciar su cuenta atrás, noventa minutos para comer y marcharse a otro lugar.
Estaban muy cerca del ático de María y Juan y decidieron que el café lo tomarían en su casa y así no tendrían que estar pendientes de las normas de control del nuevo régimen.
Carlos –que trabajaba en el Congreso de los Diputados– no quería alarmar a sus amigos pero se rumoreaba que se estaba preparando una reforma exprés del Código Penal y uno de los artículos que se querían rescatar de la ley de mil novecientos cuarenta y cuatro era el cuatrocientos veintiocho.
El artículo en cuestión legalizaba el uxoricidio, en otras palabras o mejor, el literal del articulado era el siguiente.
“El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro.
Si les produjere lesiones de otra clase, quedará exento de pena.”
Sus amigos no podían creer lo que Carlos acababa de contarles e imaginaban que siendo este un ejemplo, todas las libertades y derechos conseguidos en años anteriores como el matrimonio igualitario, aborto, etc,… correrían la misma suerte.
Eran las nueve de la noche y aunque estaban muy a gusto charlando en casa de sus amigos, tenían que pensar en irse a sus casas.
Tal cual estaban las cosas no querían encontrarse deambulando de noche y tener un encontronazo “casual” con la Guardia Nacional así que llamaron un Uber que compartieron para llegar tranquilos a casa.
El país se había convertido en una ratonera y para sus adentros Carlos –que se enteraba de mas cosas por trabajar en la Carrera de San Jerónimo– no quiso alarmarlos más pero también se estaba proponiendo declarar un período constituyente para derribar la Constitución del setenta y ocho.
Los tiempos estaban cambiando.